lunes, 30 de enero de 2012

La Traición

Sintió cómo de repente su garganta se volvía cálida en un relámpago y tiró el vaso por el aire. Sus ojos se empezaron a abrir súbitamente y sus pupilas se dilataron, al mismo tiempo que su pelo se movía lentamente al ritmo de las aletas del ventilador que giraba ahora en cámara lenta, en una muy leve sincronía con el aire que también rozaba su cara. Sus pulmones se vaciaron de aire y su garganta era un infierno. Antes de poder abrir la boca por completo, una gota de sudor frío y salado contorneó la silueta de su cara que se había decolorado al mismo tiempo que sus ojos se abrían, pasando a la altura de la nariz, mientras una de sus manos aún tenía la forma del vaso, pero vacía, como extrañándolo, y la otra apoyada en la mesa sin tener conciencia realmente de lo que pasaba en el resto del cuerpo. Los pulmones se llenaron de aire en un latigazo de viento, como si se hubiera tragado un huracán entero, y pudo ver entonces una sonrisa involuntaria que se dejaba marcar sigilosamente en los labios de su compañero.

Sus cuerdas vocales no tuvieron tiempo para reaccionar, y cuando terminó de abrir los ojos y sus pupilas llegaron a su tamaño más ínfimo, al fin dejó pasar la última gota de aire por su garganta, ya seca, justo antes de que el vaso se estrellara en el piso, creando una vorágine de finos cristales en el aire.

En esa última milésima de segundo, supo que no debió haber tomado de ese vaso, en esa mesa, con esa persona, en esa casa, esa misma noche.