martes, 3 de julio de 2012

Crónicas Ascendentes

Ascensor, nueve de la mañana. Veintiséis personas en un cubículo de dos metros cuadrados esperando llegar al piso correspondiente, de los tantos que ofrece el edificio. 


La alarma de sobrepeso canta su ópera prima, por lo que algunos deben bajarse. Obviamente, se miran entre los últimos que entraron casi sorteando con las miradas en una especie de "piedra, papel o tijera" mental, en que el perdedor se va, cabizbajo, al pasillo, a esperar nuevamente otro ascensor. Esto, frente a las miradas de muchas personas (que están dentro y fuera del cubículo ascendente, incluyendo a la mina que te querías levantar) que se sienten satisfechas de una forma hasta casi cínica, de haber podido permanecer en su lugar y que no hayan sido ellos los que, derrotados, deban esperar al siguiente.


Aclaración: Si por ejemplo, las tres últimas personas en entrar fueron dos viejas y vos, al sonar la alarma las viejas te van a mirar con caras de "soy vieja, no podés hacer nada al respecto y te re cabe" e inmediatamente perderemos el derecho a viajar en ese ascensor sin practicar el duelo de miradas anteriormente mencionado. ¡Maldita inmunidad jubilada!


Personas irritantes, si las hay, son aquellas que entran al ascensor y le dicen al que está más cerca de los botones el número de piso, sin más. Es decir, la puerta se abre, entra un total desconocido y te dice "al cuarto". ¿Al cuarto de quién, vieja dinosáurica?. No exijo mucho, pero un "buen día" y un billete de diez harían que apretar botones para desconocidos suponga una tarea más tentadora y gratificante. (Y ni hablar de un "gracias").


Después, tenemos al modelo ejecutivo, que se sube hablando por el celular, casi gritando (una variante que me rompe más las pelotas son los que hablan por nextel), y que hablan naturalmente, como si estuvieran en su casa. ¡¡¡PERO NO ESTÁN EN SUS CASAS!!! ¡Están en una maldita caja con más personas! Te gritan al oído cosas que no querés escuchar, cosas que no te interesa saber, y te cortan cualquier pensamiento propio que podías llegar a tener, o esa canción que justo estabas escuchando y querías que nadie te la corte.


Algo que me irrita quizás más que los celu-hablantes, son aquellas personas que, por carencia de celular, o de contactos en el mismo, buscan la aproximación face-to-face y tratan de establecer una conversación con vos, oh, pobre viajante del ascensor que su único anhelo es llegar al piso diez sin que nadie te rompa las pelotas. Entonces, entran con un "buen día", a lo que uno DEBE responder con un saludo similar, y ahí, el silencio más incómodo que calzones de lana, hasta que rompe con una frase al estilo "¿vas al décimo? Me dijeron que hay una buena vista desde ahí", a lo que vos respondes un seco "sí", y sin captar el mensaje de bloqueo en tan corta expresión, siguen: "yo antes iba allá, ahora me bajo en el noveno, que no tiene tan buena vista como el décimo, pero bueno..." y mientras, en tu cabeza, estás repasando todas aquellas escenas de películas de terror donde masacran gente de forma inescrupulosa. El viaje termina con un incómodo "hasta luego", que vos preferís que sea un "hasta nunca, pelotudo".


Luego, están los graciositos que aprietan todos los botones al bajarse (la gran técnica del lechero). Entonces uno se sube feliz de haber enganchado el ascensor sin nadie adentro (sobre todo sin viejas) y resulta que la travesía vertical se complica al parar en TODOS LOS PUTOS PISOS. Esto no supone más problema que esperar un rato, cantar nuestra canción favorita y repasar los movimientos de yoga de la última clase.


Gente desagradable, si la hay, son aquellos que, sin importar si el ascensor está lleno, vacío, o prendiéndose fuego, deciden aportar restos de la comida del día anterior al escaso oxígeno del cubículo, mezclándolos en una magistral trenza de gases que más de uno creería lacrimógenos. Este individuo se caracteriza por mirar hacia el techo (usualmente para distraer a los demás de su casi vandálico acto). ATENCIÓN: Si además de mirar al techo se pone a silbar, traten de bajarse en el piso siguiente que la cosa pinta muy mala. El ascensor corre el riesgo de explotar a lo misión imposible, y ningún Tom Cruise te va a salvar.


Ahora, no hay momento más desagradable que la combinación entre la mala suerte del anteúltimo punto y el desgraciado del anterior, siendo esta ensalada de casualidades lo que normalmente se llama"un bajón". Lo recomendable es salir lo antes posible, o practicar un hara kiri al instante para evitar el inminente sufrimiento.


Por eso siempre considero mejor subir las escaleras. No por el ejercicio, eso es mentira. Nadie va a sacar gambas por subir y bajar una vez por día diez pisos. Ahora, si querés tener unos gemelos de verdad, deberías subir y bajar esos mismos diez pisos unas... quinientas veces por día. Puto.


En conclusión, yendo por las escaleras, la gente no te obliga a salir de ellas si está atestada, nadie quiere hablarte mientras las camines, hay oxígeno suficiente para todos aquellos que quieran soltar gases nocivos (si la escalera es externa, se los lleva el viento, literalmente), la gente hablando por celular o nextel resulta menos irritante, uno controla casi por completo la velocidad de subida y en qué piso bajar, y sobre todo: 


¡NO HAY VIEJAS! 


Ellas van por el ascensor.