miércoles, 11 de noviembre de 2015

El día que todas las lapiceras del mundo dejaron de funcionar

Y así, tal como se presenta, este texto cuenta la historia que promete. Empezó pareciendo una cotidiana casualidad: Diez lapiceras en un lapicero, lapicereando a gusto, hasta que una mano desafortunada osó

sacar una con sus garras en forma de pinza, a estrellarla contra un pedazo de papel una, y otra, y otra, y mil veces hasta que se dio cuenta que estaba seca. Fue el turno de la segunda, cuyo actuar fue idéntico

al de la anterior: Ni una gota.

La tercera, la cuarta, la octava, la primera de nuevo y hasta la décima: Todas silenciadas, mudas, inmóviles.

Cansado de la casualidad, fue a la oficina de a lado. Dos, tres, y ninguna lograba escribir ni siquiera una vocal.

Ambos fueron al gerente, se quejaron de las lapiceras de la empresa eran una estafa, que se queje con el vendedor mayorista que les vende útiles sin utilidad. Y ahí, en su camioneta fue el gerente -previo

llamado telefónico enfurecido- a visitar al proveedor, quien probó frente a su propia cara quince lapiceras recién llegadas de la fábrica, y todas con el mismo efecto: ninguno.

El gerente y el proveedor fueron a la fábrica, donde en la vereda había un hombre sentado en el cordón. Se acercaron. "Todas muertas", dijo el hombre sollozando. Claro, hablaba de las lapiceras. La fábrica,

cerrada, quebrada. Ni una había podido funcionar: Lapiceras recién fabricadas, llenas de tinta, pero sin funcionar.

Perplejos, sumaron al deprimido dueño de la fábrica y lo llevaron al local de su competencia, donde encontraron a su propietario en las mismas condiciones. Al llegar, se encontraron con los dueños de otras

empresas visitando galpones en busca de la misma respuesta.

Subieron, pasaron por locales, fábricas, comercios, kioscos y escuelas, y no pudieron encontrar una sóla lapicera que funcionara.

Escalando, recorriendo y preguntando, llegaron a la oficina del presidente, quien se encontraba en el escritorio de su amplio despacho preocupado. Al ver llegar a los cuarentaytrés hombres, dijo "fue culpa

mía". Todos quedaron sorprendidos, y uno muy tímidamente preguntó "porqué?".

"Hice un convenio ilegal con una empresa china de tinta, que abasteció a todo el país y al mundo de tintas inútiles, que dejaron obsoletas todas las lapiceras del país."

"Traiga tinta nueva, podemos aportar algunos contactos, podemos entre todos volver a tener elementos para escribir!"

"No puedo", dijo preocupado el presidente. "No puedo firmar ninguno de los formularios de pedidos de material".

Fue un camino de ida.