lunes, 29 de septiembre de 2014

Gravedad

Todo subía mientras yo bajaba, era una pesa en un océano aéreo, cayendo hasta casi prenderme fuego, atraído por algo, hacia algo.

Salían chispas de mis zapatos recién lustrados, los ojos rotaban 360 grados una y otra vez. Las manos apretadas con fuerza clavaban las uñas en las palmas, las muelas se apretaban entre sí. La piel se erizaba y los pelos vibraban a toda velocidad.

Sólo sentía la presión en todo el cuerpo, y el calor, como envuelto en brasas, mientras millones de
alfileres microscópicos entraban por mis poros.

La velocidad era increíble. Podía incluso ver las partículas de luz en cámara lenta, sentir cada vibración de cualquier sonido. Respirar era difícil, el aire era más denso, más frío. Creo que gracias a la respiración lograba no prenderme fuego.

Y así, caía yo sin control de mí, destinado a lo que fuere, sin otra opción que aceptarlo.

Aunque parecía imposible, la velocidad comenzó a aumentar primero leve, y luego rápidamente. Dupliqué, tripliqué la velocidad. El escenario era blanco, la mezcla de todas las luces del mundo una y otra vez.

Sentía una presión terrible en los ojos, trataba de no tragarme la lengua y en concentrarme en el dolor en mis piernas para olvidar la jaqueca. Por suerte no tenía náuseas.

Al mirar hacia abajo, una luz aún más brillante que el propio blanco que me rodeaba hizo que entrecerrara los ojos al mismo tiempo que entendía que era otro cuerpo moviéndose frenéticamente hacia mí.

Traté de desviar mi rumbo, pero la colisión era inminente. Y lo fue.

Ahora ambos somos millones de partículas flotando lentamente en un espacio negro, volando separadas, pero muy cerquita.

Mezclándose.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Dragón

Y un día, caminando por un bosque a unos cinco minutos del pueblo donde vivía, encontró un Dragón, pequeño, pero un Dragón, quien se mostró bastante simpático hacia su persona. Largaba una pequeña columna de humo de su boca casi constantemente, y no medía más que un perro mediano.

Lo llevó disimuladamente a su casa, y lo encerró en su habitación. Empezó a probar qué le gustaría comer, y sacó varias frutas, carnes y otros productos de su despensa y se encerró con él en la pieza.

Al ofrecerle cada uno de los alimentos, el Dragón parecía no demostrar interés por ninguno, sacándolos de su vista con el hocico, o tirándolos abajo de la mesa.

Pasaron los días y el hombre no sabía qué hacer. El Dragón no comía nada y no había comido desde que llegó a la casa. De todos modos, se mostraba feliz, juguetón y curioso acerca de las cosas de la casa, los huecos, y le gustaba trepar y volar por los marcos de las puertas, de una habitación a la otra.

Sin saber qué hacer, el hombre fue a una biblioteca a buscar información para poder alimentar a su Dragón.

Encontró libros y libros enteros dedicados a estos animales, pero se sorprendió al leer que todos definían al Dragón como un animal mitológico, fantasioso e imaginario. Habló con la bibliotecaria, quien le dijo que los libros estaban en lo cierto, que los dragones no existían, y él, furioso, salió corriendo del lugar.

Consultó en el zoológico, donde le respondieron exactamente lo mismo, y hasta se rieron de él en un primer momento. Totalmete indignado, fue a preguntar a muchas personas, pero quedó confundido al recibir de todas la misma respuesta: Que los dragones no existen.

Revisó de nuevo los libros, entrevistó a más y más gente y volvió a consultar los libros y nadie le daba la razón.

Fue entonces cuando se enderezó y, decidido, fue a su casa a buscar al animal. Llegó, se sacó el suéter, que puso en una silla, y fue a la habitación. Encontró al Dragón durmiendo sobre una almohada, se sentó a su lado y comenzó a acariciarlo. El animal se despertó y se acomodó a su lado.

El hombre le acarició el lomo, subiendo con su mano, y al llegar al cuello comenzó a apretar un poco mientras salía humo constantemente de su boca, hasta que con sus dos manos, lo ahorcó. Enterró el cadáver cerca del bosque donde lo había descubierto, y jamás volvió a hablar de dragones en lo que le restaba de vida.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Septiembre

::: SEPTIEMBRE :::

Todo sucedía con normalidad, hasta que las tejas cayeron al suelo, como por arte de magia. Las flores azotaban con sus pétalos los adoquines del camino de la entrada.

Era un ruido ensordecedor.

Todo flotaba, o parecía volar, o parecía flotar. Las luces intermitentes. Las vigas parecían chillar de dolor. El candelabro se movía y sus velas amenazaban con quemar la seda de las cortinas.

Nos miramos, atentos, cerramos los ojos y dejamos que fluya. "Ya está, ya está" se procuraba mientras mordía los ojos.

Las ventanas latigueaban las paredes por dentro y por fuera, y de pronto, la luz.

Nos tiramos debajo de la mesa de roble, que luego se transformó en aguaribay, luego en pino, luego en polvo. El aserrín formaba un pequeño huracán en la cocina, llevándose las migas, las pelusas, las sillas, las mesas, las copas, vasos, platos, paredes, jardines.

Un punto blanco.