martes, 24 de septiembre de 2013

Terco

Un hombre que acababa de salir del trabajo, se encontraba caminando por la calle, cuando al doblar una esquina se topó con la muerte. Frenó frente a ella, que estaba inmóvil frente a él.
- Vamos, es hora de irnos - dijo la muerte extendiendo la mano.
- ¿Pero cómo? - se sorprendió el hombre - ¡Aún no es mi momento!.
- Sí que lo es, andando.
- Es imposible. Me acabo de hacer un chequeo médico completo hace unos días, tengo el corazón en perfectas condiciones, ninguna enfermedad, ni alergia, ni genes defectuosos. Tampoco tengo posibilidades de sufrir una muerte súbita, ni ACV ni nada espontáneo. Me cuido en las comidas, no tengo ningún exceso, hago la cantidad justa de ejercicio, además...
- Vamos. - Dijo la muerte, interrumpiendo.
- Pero miro siempre antes de cruzar la calle, hago mantenimiento a todo lo de mi casa, nada puede salirse de su lugar, ni golpearme, ni caerse sobre mi.
- No tengo todo el día, camina por favor.
- Es que no existe razón alguna por la que tenga que acompañarte, como ya te expliqué.

La muerte se quedó un segundo mirándolo, sin hablar. El hombre se veía seguro, decidido, creyendo en sus pocas palabras, incluso contenía una sonrisa que amenazaba con mostrarse en su rostro.

Pasaron unos segundos, la muerte seguía inmóvil. El hombre, también. Hasta que en un momento, la muerte levantó su mano, y su dedo índice logró tocar el brazo del hombre. Este cayó al piso, inerte. Y así, agarrándolo de uno de sus tobillos, la muerte arrastró al hombre al otro mundo.