lunes, 18 de junio de 2012

Bajo la Parra


El olor a las uvas caídas se hacía espeso en el aire. La luz del sol buscaba los recovecos entre las hojas para llegar al mosaico de baldosas blancas y rojas, desteñidos por los miles de pasos que habían soportado. 

Los ladridos se atenuaban por la distancia, y a lo lejos, algunos graznidos interrumpían la calma en el aire. La brisa, leve, sorteaba las hojas, los racimos, las ramas y e incluso a algunas abejas que se acercaban a trabajar.

Las moscas también se acercaban, y se acumulaban entre los racimos del piso, caídos varios días atrás. Una jaula grande, vacía, mecía algunos alambres que sonaban levemente. 

Los sonidos metálicos de los cubiertos a lo lejos, gritaban que el mediodía estaba cerca, y el olor a tortilla confirmaba que faltaba poco para comer.

Algún que otro auto pasaba por la calle, a unos metros, invisible desde esa posición por las espesas enredaderas que trepaban por los alambres que daban al jardín. Los mismos alambres que hacían de estructura para la parra que cubría todo el patio.

El calor de los pocos rayos de sol que caían, bastaba para que sólo necesite una remera, que por cierto tenía grandes manchas de barro. Con la respiración agitada, transpirando de tanto correr, me encontraba en el piso, con los brazos extendidos, y una indeleble sonrisa en mi cara.