viernes, 8 de marzo de 2013

El Lugar Feliz (Parte I)


Siempre dijeron que podía salir del orfanato cuando cumpliera dieciocho  y hacía ya varios años esperaba ese momento. Nunca nos dejaban salir a la calle, aunque cubrían satisfactoriamente todas nuestras necesidades: Cada uno de nosotros hacía distintos tipos de trabajo para mantener tanto el edificio como para ayudar a mejorar la calidad de vida de nuestros compañeros. Entonces, un día tocaba cortar el pasto, otro, cocinar, lavar los platos, barrer, cuidar de los más chicos, etc. La pasábamos muy bien y por suerte nunca nos faltó nada, pero nunca escuché a ninguno preguntar si podía ir a la calle, o si por lo menos podía salir a hacer las compras.

Recibíamos educación dentro del orfanato, en unas aulas muy lindas y bien decoradas, donde varios profesores de distintas disciplinas nos llenaban de saberes con la mejor de las pedagogías y un trato excepcional.

También nos enseñaban a realizar tareas cotidianas y de la casa, para que después podamos desempeñarlas y colaborar, como dije anteriormente, y cada uno podía elegir a su gusto qué actividades extra realizar, entre varias disciplinas deportivas, artísticas y de oficios en las instalaciones del orfanato, que tenía talleres de arte, un gran parque con varias canchas y lugares donde realizar casi cualquier actividad.

Realmente todos estaban muy a gusto, pero desde hace unos años, siempre soñé con conocer a mis padres y esperé a cumplir los dieciocho para poder atravesar la puerta es ir en su búsqueda. Al día siguiente del festejo, armé mi pequeña mochila, acomodé mi espacio, saludé a todos con varios abrazos y un par de lágrimas, y emprendí el camino por el pasillo que daba a la puerta de calle, que por las tardes siempre estaba sin llave. Al poner una mano en el picaporte, el cuidador se acercó a mi con una sonrisa, poniendo su mano contra la puerta, y me preguntó "Así que no estabas bien acá... es una lástima...". Lo miré fijo y le contesté "Es que necesito conocer a mis padres". El cuidador, aún sonriente, abrió la puerta de par en par y me dijo "Bueno, andá. Yo hablé con tus padres y están bien, pero si querés buscarlos, podés ir tranquilo". Abrí los ojos sorprendido y le pregunté si sabía dónde encontrarlos, y me dijo que aún no, pero que querían pasar a visitarlo en unos días, así que era mejor que permanezca allí hasta ese momento. Le dije que quería hablar con ellos, y me dijo que debía buscar el número, me invitó a pasar de nuevo, a volver a mi habitación a esperar un rato a que lo encuentre, así que lo hice.

Sentado en mi cama con una gran sonrisa, me tiré boca arriba y mirando el techo, pensaba en qué lindo iba a ser el reencuentro, después de tantos años, de tantos recuerdos borrosos que tengo de la infancia más tierna. Sin querer, y por el cansancio de la emoción, me quedé dormido.

Me despertaron para la cena y hoy me tocaba lavar los platos, así que comimos en la mesa del comedor, que es una gran habitación con un techo muy alto y un ventanal enorme que da directo a la calle. Recuerdo que siempre nos sentamos a mirar a través del ventanal y jugamos a predecir de qué color iba a ser el próximo auto que pasara por la calle. ¡Nos daba tanta intriga viajar en auto! Nunca habíamos salido de acá...

La cena transcurrió como siempre, y mientras lavaba los platos, le pregunté al cuidador por el número de mis padres. Respondió que era mejor buscarlo al día siguiente, con más luz.

Los siguientes cinco días, fui escuchando diversas razones, motivos o excusas por los cuales el número no aparecía, y decidí abandonar la espera para irme, ahora sí, a buscarlos personalmente. Entonces, volví a guardar todas mis pertenencias y emprendí hacia la puerta. Es vez, extrañamente la puerta estaba cerrada con llave, y no encontré a ninguno de los cuidadores para preguntarles. Al no tener otra forma de salir, y ya un poco irritado, me fui a dormir.

Al día siguiente, encaré a uno de los cuidadores, "Me quiero ir", dije firmemente, y él expuso una serie de explicaciones-excusas para no me fuera, a lo que yo respondí "Me quiero ir", y haciéndome preguntas que trataban de confundirme y de tratarme como si estuviera menos preciando el lugar, ya un poco nervioso, puso su mano en mi hombro y me dijo "lo siento". Dio media vuelta y se fue, dándome la espalda, dejándome paralizado.

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CONTINUARÁ... (muejeje)