domingo, 2 de septiembre de 2012

Septiembre

Hubo un Septiembre que fue blando. Atravesaba el tiempo como un adoquín atraviesa una ventana, pero sin dejar pedazos ni huellas. Atravesaba el aire como una bala creando un pequeño agujero por su incontrolable energía en línea recta.

Septiembre aplastaba los peldaños que quedaban arrinconados, inofensivos. No se decidía entre el frío o el calor, pero avanzaba con una potencia ensordecedora.

Septiembre, como una locomotora, fue barro, fue impulso, fue un segundero en reversa, que de pronto aceleró desmoronando todo a su paso.

Corría ciego y a sus espaldas, fuego. Explotaban llamas que quemaban casi como el peor de los hielos. Retumbaban los espejos a punto de derretirse. A punto de desaparecer.

¡Desaparecer! ¡Septiembre!

Quiso disolver sus fuerzas, pero era tarde. Ya había clavado las estacas. No era temporal. No era finito. No era mortal. Corría hasta doler. Dolía para poner su mente en blanco. Septiembre dolía. Septiembre, como espina, punzante. Septiembre no detendría.

Pero tal vez a Septiembre no le importaba. A fin de cuentas, era sólo tiempo.