jueves, 16 de enero de 2014

Epidemia

Doctor, tengo un grave problema. Resulta que anteayer iba caminando por la plaza, la que está cerca de la iglesia y eran casi las tres de la tarde, porque recuerdo las tres campanadas. La cosa es que yo volvía del almacén, de comprar jugos de naranja en polvo que tanto gustan a mi esposa, cuando me topé con el carnicero que estaba en la puerta de su negocio descargando unas medias reses, cuando nos pusimos a charlar y me contó que andaba medio mal y que no pudo dormir en toda la noche.

Acto seguido, suspiró y se estiró, largando al aire un bostezo que instantáneamente se me contagió. Pensé que iba a ser algo inofensivo, pero caminando de vuelta a casa me encontré a doña Emilce, y le conté lo que acaba de ocurrir, mientras se me vino a la cara un bostezo, y ella también bostezó, contagiada.

Llegué a casa y a la hora de dormir, acostado con los ojos abiertos, no pude dejar de pensar en bocanadas de aire profundo, cálido, entrando y saliendo de mí como fuego, como agua hirviendo, como un río de sal. De ahí el sofocamiento, calores, transpiración. La almohada dejó de ser cómoda, me movía. Hacía frío, calor, frío, más frío y mucho calor. Los ojos, rojos, se llenaron de arena. No podía cerrarlos o dejarlos abiertos. En las ojeras se acumulaba el sudor y caía por mis mejillas peor que lágrimas.

¡Vi el amanecer! Me levanté, bostezaba todo el tiempo. Maldije muchas veces, me senté, paré y caminé por toda la casa. El canto finito de los primeros pájaros era insoportable. Tomé un té de tilo para relajarme y no paraba de bostezar.

Mis pulmones se expandían y contraían más que un fuelle y yo, en el limbo de no saber qué hacer. Por eso, apenas fueron las nueve, nueve y cuarto, me vestí y vine a consultarlo.

Lo peor de todo es que cuando salía de casa, pasó por la vereda doña Emilce con una cara horrible, y me contó que ella tampoco pudo dormir y estaba dele bostezar.

Y PEOR que eso, mientras venía a paso ligero creo haber contagiado a tres personas más. ¡Una de ellas era una niña que jugaba en la plaza! ¡Soy un monstruo, doctor! ¿Qué debo hacer?

- Cálmese, creo que usted necesita relajarse - afirmó calmado el doctor, completo de seguridad y un tanto inquieto por la extraña consulta por un simple bostezo. - Esta noche vea algo de televisión y luego concéntrese en dormir.

El paciente dio un gran bostezo, apretó la mano del médico y se fue. Al cerrar la puerta el médico abrió sus fauces tomando mucho aire, dando lugar a un bostezo propio. Acto seguido, continuó atendiendo a los demás pacientes que esperaban en la pequeña recepción.

Dos días más tarde, la secretaria deja una carta del paciente en el escritorio del médico, que llegó tarde ese día. Al abrirlo, con el ambo arrugado, las manos temblorosas y la respiración agitada, se quitó los anteojos para leer mejor, descubriendo dos ojos rojos que leían: "¡Gracias doctor! Espero no verlo nunca más."

El médico dejó la carta sobre el escritorio, llevó la mano a boca para cubrir un gran bostezo que duró unos segundos y, con el pulso temblando y las ojeras negras, pidió a la secretaria que le envíe al primer paciente del día.