lunes, 31 de diciembre de 2012

Promesas


Llega fin de año y todos aprovechan para sacarse pesos de encima (además de los pesos que ya se sacaron de encima comprando pirotecnia, que está bastante cara), y la mejor excusa que encuentran para desligarse de las responsabilidades es esa línea imaginaria que divide un año del otro. Entonces, llegados los primeros días de diciembre nadie quiere empezar nada nuevo ni emprender nuevas empresas, usando como excusa que el año que viene será mejor, y que es mejor empezar después de las fiestas.

Es entonces cuando se posponen proyectos, trabajos, clases, estudios médicos, visitas a parientes muy lejanos (a menos que vengan a pasar las fiestas con nosotros) o cualquier otro tipo de plan que no incluya pan dulce, regalos o un gordo blanco y rojo que profana la propiedad privada entrando a todas las casas del mundo por las chimeneas.

Por ende, la abuela dice que no es momento para ir al dentista a arreglarse los implantes dentales, así que pide doble ración de puré para la cena de nochebuena, el hijo mayor dedice posponer las clases de manejo, así que le pide al padre que después de las doce lo lleve a lo de los amigos (porque no hay otra forma de atravesar la ciudad) y emprenden un viaje muy parecido a la segunda guerra mundial. La tía alcohólica decide dejar de beber el año que viene, por lo que aprovecha para ir a la farmacia y vaciar la góndola del alcohol etílico.

Pero también existen los proyectos nuevos que uno piensa hacer (o por lo menos dice que piensa) en base a los errores cometidos en el año que está terminando. Así la gente dice "bueno, el año que viene me cambio de laburo" o "empiezo a estudiar medicina". Cosas que parecen olvidarse luego del brindis y no son mencionadas nunca más.

Muy pocos de los proyectos realmente se llevan a cabo, pero las esperanzas de la gente que los promete hacen creer que realmente pueden suceder. Y todos les creemos, e incluso intentamos convencernos a nosotros mismos que a partir de enero dejamos el alcohol, empezamos la dieta y nos ponemos las pilas en la facultad. El típico pensamiento de principio de año, "este año sí que voy a estudiar, no como el año pasado que me la pasé zafando" dura hasta medidados de marzo, donde comienzan las clases y nos damos cuenta que todo será igual y que somos los mismos vagos de siempre.

Supongo entonces, que el cerebro necesita pensar a modo de placebo que vamos a cambiar, para poder resetear la mente, en cierta forma, y empezar a mandarnos las mismas cagadas de siempre, con la emoción y la sorpresa de la primera vez.

Prometo que el año que viene no voy a ser tan ortiva y voy a dejar de criticar a todos como vieja en celo menopáusico.

¿Salud?

domingo, 23 de diciembre de 2012

Histeria de Navidad


¡La familia unida! Unida por costumbres, por tradiciones, por amistad, por enemistad y por muchas otras razones que casi obligan a la familia a reunirse. Desde afuera, es una postal amorosa: La abuela amasando los ravioles, las mujeres con hijos preparan el postre, los hombres van apilando leña junto a la bolsa de carbón, los niños juegan a la playstation y los bebés duermen plácidamente esperando la noche y su gran momento.

Pero vista desde adentro, la familia unida (o más bien, pegada a la fuerza por algún adhesivo de contacto) es casi como querer andar en un monociclo desinflado sobre un alambre de púas que une dos edificios de cuadras opuestas: Caés seguro. Y duele.

El momento por excelencia donde la familia "decide" (sí, entre comillas) reunirse, es fin de año, donde casualmente con pocos días de diferencia, festejamos navidad y año nuevo. Es ahí cuando la familia se instala en una casa, que todos los años es la misma, aunque el anfitrión siempre diga "che, el año que viene vayamos a lo de Hernán, que tiene una pileta grande y un patio enorme!". ¡Pero no! La tradición es la tradición, y la veintena de familiares acude con desesperación a la pequeña casa con una pelopincho para los niños y donde el mosquito más pequeño debe ser destruido con una nueve milímetros, para evitar que aparte de chuparnos la sangre nos robe las zapatillas.

Antes de que lleguen todos, mamá está histérica cambiando las cortinas de la cocina, porque dice que la tía Olga el año pasado dijo que no eran de buen gusto. No se por qué a mamá le importa tanto lo que dice la tía Olga, si al fin y al cabo ella siempre habla mal de todo el mundo. No sé si porque es soltera a sus setenta y tantos, o porque realmente es amarga como un limón verde. Papá está cortando el pasto con mi hermano Julián, que mira para adentro con ganas de tirarse a ver televisión, creo que quería ver un especial navideño de Patoruzú que estaban pasando por algún canal de los bajitos, pero siempre se ve con algo de lluvia y a veces engancha el radio de una agencia de remises que queda a tres cuadras. Mi hermana se prueba vestidos y esconde sus muñecas preferidas para que las mellizas no las destruyan cuando entren en su pieza a jugar. Todos están transpirados, a la defensiva, cuidando los detalles mínimos de la casa, de la comida, del parque y ya se escuchan los primeros gritos al aire de cosas que no salieron según lo esperado.

Al rato, empieza a sonar el timbre una y otra vez con breves intervalos de descanso. La familia comienza a reunirse lentamente. Mientras el tío Osvaldo llega con una mochila llena de explosivos envueltos en papel de diario -que mejor no diga dónde consiguió-, la tía Marga deposita una gran fuente de ensalada de frutas en la mesa mientras saluda con una sonrisa de plástico a todos. Mi hermano se pega a los explosivos y Osvaldo comienza a explicarle cómo funciona cada uno. Mamá aparece corriendo mientras grita que son unos salvajes, y aleja las pequeñas bombas ilegales de mi hermano, mientras maldice al tío.

Rato más tarde, aparecen por la puerta el Tío José y la Tía Mercedes, que vienen con la tía Olga apoyada en su bastón observando todo a su alrededor sin emitir palabra. La tía Olga en realidad es la tía de mamá, pero no le gusta que le digan abuela. Aparte ella nunca tuvo hijos, se ve que prefiere los sobrinos. Con ellos vienen las mellizas, alborotadas como siempre y jugando y peleando y jugando y peleando. Juegan y pelean tanto que a veces nadie distingue cuándo pelean y cuándo juegan, y la madre las reta por estar peleando, y ellas se quejan de haber estado jugando, pero cuando se pelean nadie les dice nada, porque aparentan jugar. Al verlas, mi hermana corre a su habitación a resguardar lo poco que quedaba afuera, pero es en vano porque enseguida las mellizas corren en su búsqueda y logran interceptarla antes de que guarde el auto deportivo de su muñeca, que ya está sellando su destino de juguete destruido.

Al ver tanta gente, mi hermano se encierra en su habitación y pone música a un volumen que le permita no escuchar a sus simpáticos familiares.

Pasado un rato, mientras papá y los tíos discuten sobre quién va a ir a buscar al abuelo este año, la tía Olga charla con mamá sobre las cortinas, mientras que la tía Mercedes aprovecha para llamar por teléfono a sus amigas. A escondidas, la tía Marga toma de una petaca que guarda disimuladamente en su bolsito.

Pasa el tiempo, la tarde, y empieza a caer el sol. El abuelo ya está en casa sentado en la cabecera de la mesa, charlando con la Tía Olga (Vale aclarar que el abuelo es el papá de papá, y que la tía Olga siempre le cayó muy bien. De hecho, creo que es la única persona que se acerca a hablarle, pero la Tía Olga siempre está con cara de perro). Creo que al final al abuelo lo fueron a buscar los tres juntos porque no se ponían de acuerdo, pero en el auto de José, que tiene gas y gasta menos.

La cena está servida. Pero no logran que las mellizas y mi hermana, que ya son como grandes amigas, se sienten a cenar. Mientras tanto, mamá le pega gritos a mi hermano que sigue con la música a todo volumen. La tía Marga, balbuceando, se ofrece a ir a buscarlo, y se levanta medio tambaleándose de la silla.

A los veinte minutos, y con mamá medio disgustada, empieza la cena. Todos hablan primero de sus anécdotas de la juventud, de la infancia, y van aproximándose en el tiempo hasta caer en la navidad pasada, cuando un globo cayó en el techo y casi prende fuego todo. Mamá, de lo exagerada que es, había llamado a los bomberos, que vinieron enseguida y el fuego ya se había apagado. Ahora ya no le creen nada.

Se empiezan a retirar los platos y con el postre, vienen las sidras. Mi hermano quiere abrir una, pero mamá no lo deja, diciendo que se puede sacar un ojo, y se la da a José, que empieza a forcejear mientras Mercedes sirve la ensalada de fruta en los potecitos. La Tía Marga, sin que nadie la vea, le echa un poco de su petaca a la ensalada sin mucha precisión, mientras Osvaldo charla con papá y el abuelo sigue elogiando a la Tía Olga.

El Tío José sigue forcejeando con la sidra, y Osvaldo se la arrebata de las manos para abrirla él con un repasador que había ido a buscar. Cuando la sidra se abre (Y José se siente mal por no haber podido) empiezan a llenarse los vasos y la cuenta regresiva comienza con la tele prendida, la radio prendida, la notebook prendida y todas las luces de la casa, prendidas. La Tía Marga ya casi no puede modular, y hace preguntas como "Ya llegó navidad a china?" mientras que Osvaldo la mira de reojo con cara seria, y nadie más los escucha. El abuelo se quedó dormido al lado de la Tía Olga, que sigue despierta, casi como nueva. Los chicos están en la mesa jugando a no se qué, mientras mamá y Mercedes juntan la mesa. Alguna copa se rompe, otro plato cae, murmullos, insultos bajitos, escoba, y empieza realmente la cuenta regresiva:

Diez!: Osvaldo corre a buscar la caja de pirotecnia.
Nueve!: La Tía Olga desparrama todas las pasas de uva en la mesa y empieza a contar doce lo más rápido posible. (Creo que nadie le avisó que eso es sólo para año nuevo)
Ocho!: Mamá se esconde por la cocina para buscar los regalos.
Siete!: Mi hermano se acerca al Tío Osvaldo para probar los cohetes.
Seis!: Mi hermana y las mellizas pelean por el auto y por un brazo de una muñeca que quedó en el piso.
Cinco!: Mamá vuelve corriendo con la cámara para sacar una foto grupal.
Cuatro!: José y Mercedes discuten porque José no pudo abrir la sidra y Mercedes rompió una copa y dejó el piso pegajoso.
Tres!: La Tía Olga se da cuenta que las cortinas de la cocina ahora están en el comedor, y lo grita en voz alta.
Dos!: Marga se tambalea y logra agarrarse de la silla.
Uno!: Mamá reúne a todos para la foto, y en el apuro no se da cuenta que el tío Osvaldo tiene un cohete en la mano.

¡FELIZ NAVIDAD!

Gritan todos mientras las nenas lloran porque rompieron todos los juguetes, José y Mercedes discuten a los gritos que se quieren separar, el abuelo ronca como nunca en su vida, la Tía Olga se atraganta con una pasa de uva mientras critica a viva voz las cortinas que vio el año pasado, el tío Osvaldo corre al baño a buscar una gasa porque le explotó un tumbaranchos en la mano, mientras papá llama a la ambulancia y mamá barre el piso frenéticamente, mientras la tía Marga baila semidesnuda sobre la mesa hasta vomitar sobre el abuelo, que durmiendo boca arriba, se atraganta y comienza a asfixiarse, mientras mi hermano aprovecha la confusión y se lleva la caja de cohetes, al tiempo que la Tía Olga se sirve más ensalada de fruta, a la que Marga le había echado Whisky, y mientras Olga comienza a marearse, papá viene diciendo que la ambulancia está en camino, al momento en que mi hermano prende mal una cañita voladora y se dispara justo a las cortinas que la Tía Olga odia, y comienza el fuego, y los gritos de José y de Mercedes, sumado a los de las chicas, no dejan a mamá llamar a los bomberos que de todos modos no le creen la historia por el incidente anterior. La tía Olga se queda dormida justo cuando el abuelo empieza a toser, y se dan cuenta que puede ahogarse con el vómito de Marga, que empieza a levantarse despeinada y confundida, al tiempo que mi hermano busca un lugar donde esconderse de mi mamá, que lo sigue a los gritos y choca con papá, que trae un balde de agua para apagar las cortinas que siguen prendiéndose fuego, y derriten el auto de mi hermana, que estaba unos metros atrás forcejeando con las mellizas, que peleaban con mi hermana pero no peleaban entre sí (estaban jugando), pero sin embargo Osvaldo les grita que se callen, pero ellas le responden que no es su padre, y siguen en lo suyo, mientras Osvaldo se venda la mano y se sienta medio ensangrentado a esperar la ambulancia, que no encuentra un buen lugar para estacionar porque José dejó mal su auto luego de ir a buscar al abuelo, que ahora se levantó para ir al baño y nadie se dió cuenta. La tía Olga se terminó la ensalada de frutas y al querer levantarse tropieza con un vidrio de la copa que se le cayó a Mercedes y cae, para agarrarse de las cortinas prendidas fuego, que ahora tocan la enslada de frutas de Marga llena de alcohol y comienzan a flamearse, al tiempo que mi hermano se esconde, mi mamá barre, Marga baila y mi papá trata de desenredar una manguera. Osvaldo le abre a los médicos de la ambulancia, mientras la habitación estalla en llamas, pero sale el abuelo del baño confundido y los médicos lo agarran a él creyendo que era el herido, y se lo llevan sin más. Osvaldo queda con su mano vendada y dolorida en el sillón, mientras que Olga se va durmiendo de a poco mientras maldice a las cortinas -que ahora son de fuego-, José y Mercedes agarran de los pelos a las mellizas y se van discutiendo, mamá barre frenéticamente el piso mientras papá y mi hermano van apagando el fuego. Mi hermana llora los restos de su auto de juguete, mientras Marga vomita en el baño y se queda también dormida.

Al día siguiente, la casa es un caos, pero se logran rescatar las sobras del día anterior. Comen en un silencio atroz, donde cualquier comentario puede disparar una discusión, un dolor de cabeza, o una cara no deseada de cualquiera de los comensales. Al pasar la tarde, el humor va mejorando, y para las cinco, donde todos se despiden, alguno al saludar dice "bueno, será hasta el año que viene", y ahí es cuando papá, abrazado tiernamente a mamá, responde:

- ¡Che! ¡Pero vengan la semana que viene a festejar año nuevo!

lunes, 17 de diciembre de 2012

Regalados


Navidad es una época donde todos se regalan cosas entre sí. Regalar es algo casi de compromiso, sobre todo para aquellos que sabemos que nos van a regalar algo, y si bien el valor del regalo no importa ya que es la acción lo que cuenta, muchas veces perdemos la fe en la humanidad cuando por ejemplo, nos encontramos con un par de medias, es decir, por el mismo valor que ese par de medias, me podrían haber regalado caramelos, pero claramente, un par de medias es algo que nadie quiere encontrarse bajo el arbolito.

Luego, tenemos distintos regalos de mal gusto que paso a detallar:

- Si a mamá le regalás un electrodoméstico, una escoba, una cacerola o una plancha, es como si a un obrero egipcio, de esos que construían las pirámides, le regalaras un bloque de piedra de una tonelada, nuevito nuevito, listo para ser subido cuesta arriba al ritmo de los latigazos. (Esto también equivale a regalarle herramientas a papá).

- Si te regalan plata, existen dos variantes: Esa persona claramente no te conoce (porque quizás sólo te vea forzadamente en navidad) o no tuvo tiempo/ganas de comprarte algo, entonces te da la posibilidad de que inviertas en lo que quieras. No es malo, pero es algo que no tuvo esfuerzo ni creatividad.

- Si te regalan ropa, entrás en una complicación: Si la prenda no te gusta y querés cambiarla, deberás hacerlo en secreto. Si no te ves mucho con la persona que te la regaló, bien, pero si por ejemplo, es tu abuela y la ves todos los domingos, TODOS LOS DOMINGOS va a preguntar si te pusiste el saquito que te trajo Papá Noel. Si nunca lo ve, va a sospechar y podés quedar mal y jamás volverá a amasar para vos. Pensalo. La otra opción, claramente, es quedarse con la prenda horrible y bancarsela, cosa que a veces no viene mal.

- Si alguien que no es tu pareja te regala ropa interior (de cualquier índole), ¡CORRÉ! ¡ES UNA TRAMPA! (Más aún si lo hace frente a tus familiares / conocidos).

Si te regalan desodorante / perfume, seguramente es porque olés mal. No les des el gusto de usarlo y empezá a ir a correr todas las mañanas sin bañarte luego, en señal de protesta.

Si te regalan algo totalmente inútil, como por ejemplo un llavero, simplemente debemos encontrar el domicilio del regalador y romperle todos los vidrios de las ventanas a piedrazos. Captará el mensaje inmediatamente y jamás volverá a regalar llaveros a nadie.

Como vemos, el hecho de regalar va más allá del dinero que uno pueda o quiera gastar en algo que va a trascender sus manos y pasar a otras para siempre, sino que tiene que ver con la creatividad. Por eso mismo, a todos los que regalan herramientas, llaveros, lapiceras, medias, perfumes, ropa, plata e incluso algunas otras cosas de mal gusto que no quisiera mencionar, les doy como consejo que se hagan budistas y no regalen nada. De todos modos, aunque sean budistas, algo de pan dulce les van a convidar, y hasta es posible que les compartan los cohetes ilegales envueltos en papel de diario que el tío compró para destruir el cielo cuando cuenten las doce (y que de hecho, esos cohetes costaron más que todos los regalos que pueden encontrar debajo del arbolito, y es muy probable que haya sido ese mismo tío que, por haber gastado tanto en explosiones luminosas de un segundo, haya comprado llaveros, medias, lapiceras, herramientas y ropa interior a último momento y con las últimas monedas que tenía).

¡Salud!

jueves, 6 de diciembre de 2012

La Frontera Vertical

Sus labios perfilados se contraen para dejar escapar un silbido corto, manteniendo su espesor en el aire que ahora explota en breve sinfonía de color. Las aves acuden a su llamado, voraces y nerviosas, esperando al invocador que ahora se ve impaciente. Con ellas a su alrededor, busca traspasar la frontera vertical, y con los pájaros atados a su abrigo, asciende hasta tocar las nubes. Sus pieles van cayendo de a poco hasta que sus dedos se desprenden. Las articulaciones se invierten. Los ojos se achican y la nariz se fusiona con su boca. Los pelos de su cabeza cubren su cuerpo, al tiempo que van bifurcándose y transformándose en plumas.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Odio IX (Te llueve, te llueve)


Odio a los que hablan de un equipo de fútbol como "nosotros": Ustedes no jugaron! Gritar como desaforado no colabora en la victoria/derrota del equipo.

Odio a los que se despiden diciendo "estamos en contacto": En contacto te voy a poner con un enchufe, a ver qué te parece. Pelotudo.

Odio los que ponen cosas arriba de las sillas: Las sillas son para sentarse. No para sentar la cartera. Ni la plancha. Ni al perro. Ni los apuntes. Ni a las viejas.

Odio los forros que van en motos pequeñas haciendo ruido ensordecedor: Putos! (Y más si la hacen explotar, como está de moda en estos días).

Odio los que le cambian el sentido a la palabra "rica": "Qué rica chica!" oh por dios! Es como querer hacerse el buena onda por tener ochenta años y quedar como un idiota.

Odio a la gente que grita en el teléfono: Si vos no escuchás porque estás en el bondi, o porque el auricular no se escucha lo suficientemente alto, no quiere decir que al otro le esté pasando lo mismo. AAAAAAAAAAAAAAAAAAA

Odio los blogs que tienen música de fondo: Me destruyen los mejores temas y hasta me asustan. Tengo miedo.

Odio los Keygen con música. Déjenme piratear en paz: Me asustan más que los anteriores a veces, y suelen delatar ciber-actividades delictivas.

Odio levantarme temprano: Simplemente no me cabe viejo.

Odio a los que dicen que odian a Facebook... en facebook. 

Odio los que se quejan del gobierno en las redes sociales: ¡Como si la presidenta estuviera pendiente de eso! Vayan a quejarse a plaza de mayo... cagones!

Odio las verrugas: Simplemente la odio.

Odio a la gente que habla fuerte: No hace falta gritar todo el tiempo, ¡POR FAVOR! ¡ME IRRITAN!

Odio hablar por teléfono: El teléfono debería ser sólo para pedir un remis o una pizza, o comida china que está buenísima, y no para hablar tres horas sobre qué hice en cada momento del día!

Odio que se me mojen las medias un día de lluvia: Como he escrito anteriormente... es un bajón. De los feos.

Odio a los que nunca contestan los mensajes: Siempre nos ponen en jaque y debemos ser quienes llamemos, para que ellos, señores no-contestadores, no gasten su maldito crédito.

Odio las verrugas: Sí, de nuevo. En el mismo odio. ¡Déjenme en paz!

Odio que el mínimo del aire acondicionado sea siempre 17: A veces tengo más calor que el que puede ser destruido con 17 grados.

Odio a los que escriben todo en mayúscula y sin signos de puntuación: "HOLA COMO ESTAS TODO BIEN ME PODES PASAR EL PRESUPUESTO QUE ME MANDASTE EL OTRO DIA PORQUE SE ME PERDIO ENTRE TANTOS PAPELES QUE TENGO MUCHAS GRACIAS Y QUE TENGAS UN LINDO FIN DE SEMANA LARGO.". Lo peor es que por lo general es gente que tiene un buen trabajo y gana muy bien. Los odio doblemente.

Odio los dedos de los pies: Son deformes y deberían desaparecer... quizá nos vendría bien algún tipo de pezuña, o dos dedos nomás... Naturaleza, vos fijate, que me estás empezando a irritar.


¡Viva Odiar!

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Cha!