domingo, 13 de septiembre de 2015

Cenizas

- ¿Y ahora estás viviendo? - Me preguntó.

La dejé escapar porque no había motivos. Corrió por la espesura hasta transformarse en trigo, y de su tallo jamás crecieron las cenizas, aunque su alma siempre fue de fuego.

Atravesamos pantanos, espesuras, mesetas y desiertos hasta llegar donde nos habíamos encontrado por primera vez, pero no fue como aquella; esta oportunidad se hicieron presentes los relámpagos, las tres lunas y los avispones.

Supusimos que era uno de esos sueños horribles, una pesadilla encarnada, pero el dolor era demasiado real. Temíamos despertarnos y seguir en el sueño, temíamos el bucle infinito de caer sin tocar fondo.

Temíamos los planes del destino.

Pero no podíamos tampoco, cancelarlo todo. Éramos, estábamos, al mismo tiempo que dejábamos de existir instante tras instante. Y en un tercer tiempo, íbamos a ser, íbamos a estar.

Se veían las estrellas, las constelaciones, las galaxias y todos los universos posibles. Era un limbo. No. Eran como diez limbos. La nada multiplicada por mil.

El tiempo no surtía efecto, no funcionaba. Lo habíamos destruído.

Alrededor, un huracán hacía flotar las dimensiones, y los buenos y los malos pensamientos. Y todos los demás. Y la ira. Y la paz. Y la incertidumbre. La incertidumbre que siempre nos acorraló.

Y pensar, y pensar, y pensar en los colores, en los fantasmas, en las grietas, en todos los ruidos. En los colores otra vez. Blanco. Blanco. Blanco. Blanco. Blanco.

- Creo que no - Respondí.