lunes, 29 de julio de 2013

La Inmortalidad De Las Voces

Con el hilo de nuestra conversación, voy a remontar un barrilete. Y va a volar tan alto que se va a trabar entre las ramas de un árbol. Pero no importa, porque seguro cerca habrá algún pájaro que cante lo que decíamos, y esas notas en el aire van a recorrer algunos metros, hasta llegar a los cables de teléfono, donde nuestras voces se transmitirán a miles de líneas, que se transformarán en otras voces que repetirán las nuestras, de boca en boca, hasta que alguien se anime a escribirlas. Y ahí, petrificados en tinta, seremos inmortales.

lunes, 22 de julio de 2013

La Autodenominación de la Locura

Hay gente muy particular que se jacta de tener desequilibrio mental, y le encanta presumirlo, asumiendo su propia locura y estando feliz por ello. Nos encontramos con personas que dicen cosas como "¡Claro! Se me estaba escapando el colectivo y lo corrí media cuadra, viste como soy yo, que no me importa nada porque tengo problemitas" y uno se queda pensando si correr un colectivo realmente es cosa de locos, o es de locos autodenominarse loco por esa pequeña hazaña que a nadie le importa y no tuvo trascendencia alguna en
la vida ni del que la cuenta ni de sus allegados.

Otro caso puede ser el que se da por lo general en chicas de 15 a 19 años (aproximadamente, hay casos de hombres e incluso de más de 25 años) que suben una foto a Facebook con su mejor amigo/a y le asignan la inscripción "Gracias por aguantar todas mis locuras".

Cuando uno indaga un poco más en las denominadas "locuras" pueden surgir anécdotas como "Una vez comí un paquete entero de galletitas de agua y le llené de migas la alfombra" o "aquella vez que me pidió una lapicera azul y le di una negra" porque es así, re loco y vive al límite.

A veces no puedo comprender la obsesión de las personas por creerse a sí mismos locos. Quizás es porque dicen que los locos son unos genios, o que los genios están todos locos, pero creerse loco es lo más alejado a la locura, ya que un verdadero insano (traduciendo literalmente desde el inglés) no puede decir que lo es, porque cree su mundo como natural, y si para él es un elefante en un cuerpo de hombre, es porque realmente lo cree así, y lo siente de esa manera.

Por esto mismo, cada vez que alguien se etiqueta como loco a sí mismo, surgen las inconmensurables (gracias Alfredo Casero por esta palabra) ganas de revolearle una sartén en la cabeza, llena de aceite hirviendo claro está.

Estar loco es un privilegio que pocos poseen y no sólo un privilegio, sino que es un don que se les da a algunos para que puedan explotar y cumplir sus sueños sin restricciones, pero lo más importante es mantener la locura sin necesidad de creerla, porque cuando uno entra en consciencia de su locura, deja automáticamente de esta loco, y es lo que, en este caso, me interesa que los pelotudos que se hacen los locos comprendan. (Así, con toda la violencia).

Si realmente creés que estás loco, y estás totalmente convencido de ello, probablemente es porque sos demasiado cuerdo.

¡Salud!

(Hasta el próximo ataque de sinceridad).

lunes, 15 de julio de 2013

Verse

La historia de Armando Buenavista, es un tanto singular. Armando, nacido en la década de los ochenta, sufrió siempre un extraño trastorno que nadie pudo explicar jamás: Ni los médicos mejor formados, ni los físicos más intrépidos, ni las tarotistas más acertadas han podido esclarecer el fenómeno que esconde en su persona: Es incapaz de ver su propio rostro.

Este extraño trastorno produce que su cara no se refleje en espejos, vidrios ni en superficies metálicas, ni siquiera salir en fotos o filmaciones, por lo que Armando no puede reconocerse a sí mismo, ni reproducir su cara en ningún medio.

Sobrepasó la escuela, al principio tratando de ocultar su problema, pero cuando las maestras le pedían que dibujara a su familia, él era incapaz de dibujarse a sí mismo. Por esto, lo enviaron a un psiquiatra que le diagnosticó por dos años pastillas antidepresivas, que lo llevaron lentamente a la adicción antes de los once años, cuando por fin decidió confesar su problema a sus amigos y maestros, quienes empezaron a hacerle chistes como "Buenavista... ¡no tan buena eh!" y cosas por el estilo, por lo que entró nuevamente en un
cuadro depresivo que duró hasta los diecisiete años, cuando empezó a simpaticar oficialmente por el rock.

Su fanatismo por el rock, lo llevó a otro tipo de problemas, principalmente, el no poder probar que había asistido a los recitales, por no poder sacarse fotos. Fue entonces cuando, a la edad de veintidós años, a la salida de un recital de ACDC, logró sacarse una foto con Angus Young, pero no pudo mostrársela a nadie, ya que no se distinguía su cara en la foto, y no la podía presumir en Internet con sus amigos. ¿De qué sirve una foto rockera si no puedo echársela en cara a nadie? Se dijo, y esa fue la gota que rebalsó el vaso.

Armando comenzó a pensar de qué forma podía verse, y contrató a un pintor para que lo retrate, pero cada vez que el pincel cerraba una forma, por alguna extraña razón la pintura se deslizaba, impidiendo al artista concluir su obra.

Una noche, estaba en su casa comiendo pochoclos en pleno programa policial, de esos que muestran asesinatos horribles, se enteró que existen dibujantes que trabajan para la policía, que son capaces de reproducir un rostro basándose en una descripción cercana. Y ahí se le ocurrió LA idea. Al día siguiente, se anotó para hacer el curso.

Al finalizar, y luego de mucha práctica, llegó el gran momento. Llamó a su mejor amigo, lo sentó frente a él, y le pidió que lo describiera. Lápiz en mano, el pulso de Armando comenzaba a temblar al acercarse a la hoja, oyendo atentamente la descripción que Francisco le daba. Al hacer un par de líneas, la punta del lápiz estalló. Sereno, Armando le sacó punta y continuó. Algunas líneas se borraban o se difuminaban, pero Armando continuó.

El lápiz estallaba cada pocos trazos, por lo que se iba acortando, al tiempo que el sacapuntas se desafilaba. Con varios sacapuntas y muchísimos lápices alrededor, Armando continuaba después de seis horas continuas de dibujo, mientras Francisco repetía continuamente sus rasgos. Ya los sabía de memoria. Armando dibujaba y dibujaba algunas líneas una y otra vez, remarcándolas con fuerza. Otras se iban borrando.

El suelo se llenó de viruta y de lápices de menos de dos centímetros de largo, de minas de lápices y de vidrios, porque Francisco casi se queda dormido y tiró un vaso con vodka que ambos estaban tomando.

Armando continuó cada vez con más desesperación, hasta que se quedó dormido, entre nervios, vodka e incertidumbre.

Al despertar, pasadas algunas horas, y mientras Francisco roncaba y babeaba sobre la silla, Armando miró la hoja y, aunque leve, se veía la cara completa. "¿Lo habré terminado dormido?" se preguntó. Velozmente agarró un lápiz y remarcó fuerte todas las líneas, pero estas se borraban, entonces en la desesperación, cerró los ojos.

Al cerrarlos, la mano pareció cobrar vida propia y en menos de cinco minutos remarcó todo. Armando abrió los ojos, mientras Francisco seguía dormido. Contempló por primera vez su rostro... y se decepcionó al ver que era un monstruo.

Al abrir los ojos, Francisco encontró el retrato sobre la mesa, mojado por algunas lágrimas, con algunos vidrios de la botella de vodka ya vacía y algunas letras que no pudo leer. Tras acercarse al baño para lavarse la cara, sintió un fuerte olor a quemado. Al abrir la puerta, encontró a Armando en la bañadera con la estufa eléctrica, ambos sumergidos.

jueves, 4 de julio de 2013

De Cómo Nos Adaptan Al Uso Del Tiempo

El hombre nace salvaje, sin uso de conciencia ni de razón. Vive por instinto, y se centra en sí mismo. No le importa el entorno: Si tiene hambre, llora, sea de día, de noche o de madrugada. Su instinto le dice que debe alimentarse, y su llanto atrae la comida, es simple. Juega, ríe, se cansa y duerme, esté donde esté, en el momento exacto en que le da la gana hacerlo.

A medida que crece, se le introduce de a poco el concepto de la noche y del día: Dormir de noche, jugar de día, por lo que empieza a aguantarse el sueño hasta que llegue la noche.

Luego, se familiariza con los horarios de las comidas: desayuno por la mañana, almuerzo al mediodía, merienda por la tarde y cena a la noche, teniendo noción del paso de seis horas entre uno y otro, aproximadamente (Un poco menos en las comidas diurnas, y más en las nocturnas, pero el principal espacio ocurre entre la cena y el desayuno). En este punto el día comienza a tener una rutina, que se basa en cuatro comidas y dormir, ya no mediante su instinto, sino regido por horarios que estructuran su alimentación y sueño.

Más tarde, en el jardín, empieza a diferenciar dos tipos de días: día de semana (va al jardín) y fines de semana (está en su casa todo el día).

En la escuela, cada día es distinto por las diferentes materias, por lo que la persona asume: "Hoy es lunes porque hay matemáticas" o "Hoy es martes porque ayer hubo biología". Esto hace que note los días uno por uno.

En la secundaria, la vida social empieza a cumplir un papel importante, por lo que además de cada día de la semana, diferencia sábado de domingo, siendo el primero un día festivo, para relacionarse con otras personas fuera del hogar, salir a comer, a tomar algo, a bailar, etcétera; y el segundo, un día de descanso y de tareas para el día siguiente. En este punto, el hombre ya es consciente de los siete días.

En la Universidad, o estudios superiores, el hombre tiende a dividir los días por horas. Ya no se trata de días, sino que las horas se hacen más fuertes, gracias a situaciones como "faltan tres horas para el parcial y aún no llegué a leer todo" o "hoy tengo filosofía nada más, son tres horas" o "dormí sólo cuatro horas". Cada hora cuenta, y puede hacer la diferencia en las actividades a realizar.

Cuando el ser humano empieza a trabajar, las horas pasan a ser lapsos de tiempo exagerados: "¡Llegaste una hora tarde!¡Ahora no vamos a poder terminar!" y empiezan a valorarse más los minutos, por ejemplo, el horario de almuerzo que, dependiendo el lugar de trabajo, va de 15 a 45 minutos, por lo que salir de la oficina a comprar una gaseosa o una comida implica quizás perder la mitad del tiempo permitido, además claro de los objetivos laborales que nos proponen: "Tenés que terminar esto para dentro de media hora..." - y la presión que todo eso conlleva -.

Pasado un largo tiempo, el hombre deja de trabajar, se vuelve viejo, su cuerpo es más débil y empieza a ser consciente de los segundos en una charla, una canción, un abrazo o un recuerdo.

Finalmente, en su lecho de muerte, contempla las milésimas de segundo en su último parpadeo.

lunes, 1 de julio de 2013

Curiosidad Dominguera.

Nunca le regales un caballo a un dentista.