viernes, 7 de agosto de 2015

Las Aventuras de la Silla Roja

Y una vez más, la silla roja esperaba ansiosa el peso sobre su cuerpo. Se sentía débil, frágil, simple, se sentía malquerida y abandonada. Pero su color se intensificaba por las mañanas, cuando veía a todo el mundo correr de un lado para el otro, sabiendo que alguno se cansaría, o necesitaría hablar por teléfono y ahí acudiría a ella, a su tapizado color manzana casi alfombrado.

Disfrutaba cuando los demás la disfrutaban a ella, y guardó secretos de romances, de guerras de oficina que tenían los guardias de seguridad por las madrugadas, tirándose compases, reglas y engrampadoras, disfrutaba girar tresciento sesenta grados mil veces a la izquierda, dosmil a la derecha y subir y bajar para ajustarse a la altura de su eventual dueño para facilitarle el acceso al escritorio.

Vio subir y bajar pasantes, jefes, gerentes, y ascender pasantes a secretarias, secretarias a esposas, de esposas a viudas, de viudas a millonarias, pero sin jamás emitir una opinión ni un juicio sobre lo que veía, simplemente su conciencia se ocupaba en la espera de alguien que distribuya su peso sobre su asiento por aunque sea, unos momentos.

Y con el pasar de los años, de las generaciones, de las gestiones y las idas y vueltas de la economía, ella seguía ahí, tan roja como siempre, fiel a su misión, contenta de la espera y ansiosa por sentirse útil, y sin embargo, nunca nadie la mencionó en una conversación, ni en un informe, ni la tomó en cuenta para una decisión importante, ni siquiera le preguntaron cómo estaba, hasta que claro, la empresa fundió, los empleados no fueron más, y el edificio fue abandonado porque ya nadie quería comprarlo.

La silla roja quedó ahí, jugando con el polvo, recibiendo los rayos del sol que entraban por una de las hendijas que dejaban las maderas que tapaban las ventanas, que cada tanto eran interrumpidos intermitentemente por los transeúntes que pasaban por la vereda, y con los que la silla roja mataba el tiempo, imaginando qué peso tendrían, y si eran guardias, pasantes, empleados, jefes o gerentes, porque eran los únicos tipos de personas que había visto en su maravillosa existencia.