domingo, 9 de febrero de 2014

Siempre le tuvimos miedo a la oscuridad

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz, porque es obvio que siempre le tuviste miedo a la oscuridad. Todas las noches gastando las lámparas de la pieza. Nunca pudiste tolerar la falta de iluminación, la piel oscura, la sombra escondida. Necesitás la claridad máxima que las pupilas de tus ojos celestes puedan captar en su máxima apertura. Siempre leyendo esos libros de historia de letra pequeñísima, ¡Claro! Jamás pudiste entender como yo leía mis ensayos a media luz, o simplemente con la claridad de la luna,
cuando estaba en el patio, leyendo a oscuras entre las plantas.

Nunca pudiste aceptar tampoco que una lámpara o candelabro o velador tenga un espacio vacío donde falte un foco. Si tenía tres espacios, debían tener todos lámpara que funcione, sino no podías permanecer en la habitación. Yo, por el contrario, alimentaba las penumbras con una linterna chiquita que llevaba dos pilas de las pequeñas, y con eso me bastaba.

¿Y si fuera siempre de día?

Jamás podrías comprender cómo es el hecho de que la luz desaparezca, quizás a manos de demonios terribles que la atrapan cada noche, o tal vez sea que se va para que la extrañemos. Pero siempre le tuvimos miedo a la oscuridad, lo admito.

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz, y se van a oir esos pasos firmes sobre el parquét antes de que gires el picaporte. Y yo acá, con mis auriculares sonando en el piso, apoyado en la ventana cerrada herméticamente. Podría abrirla, dejar que entre un poco de aire. Afuera hay viento y creo que llueve. No sé si los golpes son granizo o las ramas del Paraíso que golpean contra las chapas.

Es como si estuviera ciego. Estar a oscuras es como estar ciego. La oscuridad total marea. Pero si hay oscuridad quiere decir que en algún lugar tiene que haber luz.

Y vos venís de ahí, del velador, de los candelabros, del sol. De todas esas cosas que no nos asustan, quizás porque las vemos muy bien. La oscuridad nos da miedo porque no la conocemos, no sabemos su forma. De todos modos, si tuviéramos una lámpara apagada en medio de la oscuridad no nos daría miedo, porque quizás nunca hubiéramos sabido que estaba ahí.

No sé ni qué hora es, ni cuánto tiempo pasó. Pero se que seguramente vayas a venir.

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz, y voy a escuchar el ruido de la puerta al abrirse, ese ruido finito y horrible que pide a gritos una gota de aceite. La oscuridad siempre me pone alerta, el miedo me pone alerta, perceptivo, puedo ser más sensible y más introspectivo, y quizás lo que más miedo me da es empezar a buscar adentro mío.

Y vos allá, tan superficial en tu mundo de luz, alrededor de miles de millones de cosas que sin embargo nunca pudiste ver. Hay tanta información que no podes concentrarte en ninguna en particular.

De todos modos no me importa ver.

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz y voy a dejar de tener miedo. Voy a sentir el abrazo cálido de un rayo y me va a calmar saber que estoy entero, que sigo acá, que las paredes todavía no se movieron y que el techo sigue siendo un techo. O tal vez me sorprenda porque los colores hayan cambiado, ¡No sé! Hace tanto tiempo que no veo nada...

Y sin embargo todavía no se qué me falta.

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz y vas a ver este desastre, el amontonamiento, el ruido, las rayas, el techo tirado en el suelo, los floreros volando, la cama de pie, los libros pegados en la pecera. No se si el gato seguirá estando, hace tiempo que no estornudo, debe haberse ido.

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz, y vas a arruinarlo todo.