jueves, 12 de marzo de 2015

La Copa Molida

Después del maravilloso espectáculo que había presenciado esa tarde, esperé sentado en mi mesa hasta que todo el público se había ido. Me quedé incluso después de que las meseras salían del baño con su ropa de civil, apuradas para tomar el último colectivo.

Me quedé hasta que salió él, alto, bien vestido, sonriente y con una pequeña mochila en uno de sus hombros.

Me levanté, le di la mano mientras le comentaba que me había encantado su función: La humildad, la gracia, el show, todo había sido espléndido. Sonrió mirándome a los ojos y agradeció con amabilidad cada una de mis palabras.

Tras dar un paso para alejarse de mi, no pude contenerme y le confesé que quería aprender.

"¿Aprender?" Me dijo. "Sí, quiero que me enseñe a ser mago, ilusionista, quiero incorporar su gracia, su talento, y tal vez en algún momento, si es que soy bueno, poder montar mi propio show en la ciudad donde nací, o incluso si usted lo permite y lo concede, formar parte del suyo".

Al principio se nego, pero ante mi insistencia no le quedó más opción que darme su tarjeta para que lo dejara ir.

La primer clase fue intensa, puros entrenamientos casi físicos, de manos, movimientos de muñeca, expresiones faciales, y tardamos casi un mes en que accediera -aunque yo estaba ansioso desde el primer día- a mostrarme uno de sus trucos.

"¿Cuál te gustaría aprender?", me dijo con un tono amable, pero firme. "Siempre me llamó la atención cuando usted muerde esa copa de vidrio con su boca. ¿Es una copa real?" - "Así es, es real, pero no creo que estés preparado para ese truco". De nuevo, insistí casi hasta no dejarle opción. Accedió.

La copa, normal, traslúcida, hermosa, fría. La tuve en mis manos. "El secreto es morder la copa sin que el vidrio se astille hacia arriba, haciendo fuerza con la mandíbula inferior, luego moliendo cuidadosamente el vidrio con las muelas, guardando la mitad en uno de los cachetes, y la otra mitad tragándolo lentamente y en porciones muy pequeñas, casi ínfimas".

Lo hice al pie de la letra, él iba atentamente siguiendo mi cuidadoso manejo de la copa. Al tragar el polvo de vidrio que mis muelas habían destrozado, empecé a asfixiarme, me dolía todo, me picaba el cuello, me ardía el estómago.

Caí al piso agarrándome el cuello, y él, parado al lado mío totalmente firme, lanzó una sutil carcajada al aire mientras murmuró "Un mago nunca revela sus trucos".