lunes, 5 de mayo de 2014

Azul Oscuro

El suelo, azul oscuro, casi negro por el líquido, hacía que las baldosas casi ni se vean. El hombre, atadas sus manos y pies fuertemente al respaldo y patas de la silla, no podía hacer otro movimiento que girar la cabeza. El ciego, en cambio, suelto, gateaba tocándolo todo sin poder ver, resbalando y chapoteando entre los pequeños charcos azulados que dejaban las gotas al caer del techo, como petróleo, e iban llenando lentamente la habitación.

La puerta, casi invisible, sólo dejaba ver la cerradura como un hueco imperceptible en la pared, y sus bisagras perfectamente escondidas disimulaban muy bien su color con el de las paredes.

El hombre atado, sin poder más que sollozar, respiraba frenéticamente, jadeaba lo que podía a pesar de su mordaza. El ciego, escuchaba desde el suelo buscando la llave, sin saber si se trataba de una amenaza o de un aliado. Oía la respiración agitarse cada vez más.

Sin poder comunicarse, el hombre de la silla veía la llave asomarse en un pequeño pedestal a unos pasos suyos. Tirar la silla era imposible: Estaba como salida del mismo piso, pegada, atornillada, o lo que fuere.

El ciego se incorpora, mancha todas las paredes con sus manos buscando algo. Tantea, revisa, descubre así el pequeño orificio oculto, lo toca, lo mira con sus manos. El hombre de la silla se queja con más fuerza, salta, como haciendo señales. El ciego interpreta entonces que se trata de un amigo, pero desconfía. Deben coordinarse. El de la silla no deja de exaltarse, quiere eliminar sus nudos. No puede.

En el piso, moviéndose como una oruga, el ciego busca algo que no sabe si existe. Se mancha las manos, los codos, los brazos, el cuello. Él es azul ahora, casi negro. El hombre de la silla forcejea sin resultados. La llave, cada vez más cerca de las manos. La llave, siempre cerca de los ojos. Inconexos. Las gotas, cayendo lentamente, cada vez desde más filtraciones por el techo, se escuchan en semicorcheas que el ciego cuenta y el de la silla observa.

La llave, cerca. La mordaza, ¡La mordaza! Empieza a morder la mordaza. El ciego se acerca a la silla, toca los pies, descubre que ahí está su compañero, pero se aleja. Aún no puede confiar. Las gotas, cada vez más.

Las manos recorren el piso como sabuesos, rastrean, escuchan, gritan. Los ojos también gritan, lloran, muerden, pero desde la silla.

La mordaza empieza a ceder hilo a hilo, los dientes se gastan. Hacen chirridos agudos que molestan.

El ciego da con el pedestal, da con la llave. La agarra, la toca, la mordaza disminuye, las gotas caen, el piso queda atrás, el azul crece, el ciego se incorpora, encuentra la pared, la mordaza va aflojándose, los dientes molestan, también se aflojan, las manos vuelven a la pared, sienten húmedo, saben que es el camino, siguen la humedad hasta la cerradura, la mordaza casi cae, las manos tocan el hueco, los ojos que ven se mueven para todos lados, lloran, jadean, muerden más fuerte. Las manos acarician el ojo de la cerradura, tantean la posición de la llave, el hombre jadea más, muerde la mordaza, la afloja más. La mano encuentra la puerta, las pupilas se dilatan, la mano gira, la llave abre, las gotas evolucionan a chorros pequeños, la mordaza cae, la llave vuelve a girar, los chorros se hacen grandes, el de la silla grita "¡NO ABRAS!", el ciego se asusta, cae, la puerta se abre dejando caer dentro de la habitación una catarata que se suma a las gotas, a los chorros, disuelve el piso y termina inundándolos a ambos de un azul oscuro, casi negro.
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Inspirado en esta canción: