lunes, 15 de diciembre de 2014

El Carisma de la Desesperación

Dicen que el tiempo es relativo, que uno lo percibe de acuerdo al contexto, a la situación, que pasa más lento o más rápido dependiendo de nuestro alrededor o de lo que pase por nuestras mentes.

Es así que pasa increíblemente rápido cuando uno se divierte e increíblemente lento cuando, obviamente, sucede todo lo contrario.

Y es en las situaciones más complicadas cuando el tiempo se estira e inmediatamente caemos en un río de dulce de leche donde debemos remar lo más rápido que podamos ante la desesperación.

Entonces, empezamos a sacar interminables ases de nuestras mangas cuando, por ejemplo, nos cruzamos con una persona que nos vemos obligados a saludar y a compartir un breve lapso de tiempo -como un ascensor o un viaje en colectivo- que, respondiendo a la teoría enunciada al comienzo de este texto, hace del tiempo un maremoto de lentitud en los que nuestro carisma se luce sacando temas de conversación totalmente estúpidos como "parece que va a llover, no?", mientras por la ventana del bondi se ve que del cielo está bajando un tsunami, o un "se vino el calorcito, eh?" en pleno diciembre -hemisferio sur- mientras la remera escurre un agradable río salado.

Resulta casi imprescindible esa pregunta monosilábica al final, para corroborar en parte nuestro nerviosismo e inseguridad ante la situación y por otro lado para sentirnos más confiados -a pesar de todo-. Entonces cada comentario desesperado para ganar tiempo y que la situación horrible termine, finaliza con un monosílabo interrogante así como los soldados dicen "Cambio" en sus comunicaciones por radio.

Otros interesantes tópicos a tratar cuando nos cruzamos con alguien medianamente indeseado, aunque más arriesgados, son preguntar acerca de familiares, mascotas, o amigos en común que nos acordemos, pero es un terreno bastante peligroso porque pueden pasar las siguientes situaciones:

- ¿Cómo anda tu vieja?
+ Muy enferma, no sabemos si llega a fin de mes.
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- ¿Cómo anda esa tortuga hermosa que tenías desde que eras chico?
+ La pisó un auto antes de ayer.
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- ¿Seguís viendo a Jorgito, con el que empezamos a cursar?
+ No, me quedó debiendo tresmil pesos que pusimos para un trabajo y se fue a vivir a la India.

Y aunque nosotros no tenemos la culpa de las deudas que haya dejado Jorgito, siempre vamos a quedar, desde ese momento, catalogados como cómplices y asociados al mal momento que pasó la persona. Si no quedara chance de hacer algunas preguntas de este tipo, recomiendo fuertemente preguntar sobre familiares, que suelen vivir más que las mascotas, aunque deberíamos evitar abuelos, por las dudas.

De esta forma entonces, logramos no evadir sino sobrevivir a un momento que suele durar a veces un minuto que parece durar lo que el período jurásico entero, y lo peor de todo es que nunca sabremos si a la otra persona le esta pasando lo mismo y está aplicando las mismas técnicas que nosotros, y sabemos que en silencio uno no puede estar, porque nuestro silencio sólo lo entienden aquellas personas que nos caen bien.

lunes, 8 de diciembre de 2014

La desatención

En la incalculable lucha diaria por sobrevivir (porque las luchas se calculan, obviamente), nos encontramos en la desesperación de que hoy en día todo nos quiere, todo nos necesita y todo requiere que nuestros ojos se posen en todo todo el tiempo.

Esto genera en nuestro pequeño cerebrito, cargado de impulsos eléctricos, un colpaso general que no nos produce un paro cardiorespiratorio, pero aunque nos permite seguir respirando, genera una inestabilidad emocional equivalente a inmolarse por Alá en alguna Unidad Básica, gritando y jurando lealtad a Narnia.

Es entonces que nos vemos obligados de actualizar nuestro Facebook, a contestar todos los emails, responder los mensajes de texto en el celular (todos y cada uno de ellos, en todos los programas que tengamos instalados hasta donde nos de la capacidad del aparatito), ver las publicidades en la tele para comentarlas en el laburo y los capítulos nuevos de las series que nos gustan para que nuestros compañeros de clase no nos adelanten la trama mientras charlan a los gritos entre ellos. Y claro que no te invitan, ¡si no te bancan porque nunca ves los capítulos a tiempo!

En todo este maremoto de información, recordemos que también tenemos que comer, dormir, trabajar, hacer compras, darle de comer al perro (que quizás ya empezó a comerse las paredes), estudiar, ESTUDIAR (la segunda vez va en serio), salir con algún amigo cada tanto, ESTUDIAR y dormir otra vez.

Y es así que en medio de la vorágine de ringtones variados, locutores ofreciéndonos la solución de nuestras vidas, Kant, Platón, las planillas de Excel que nuestro jefe quiere para ayer, y los profesores que creen que en un fin de semana se puede armar una tesis (porque claro, nosotros JAMÁS nos olvidamos de lo que tenemos que hacer y NUNCA dejamos todo para último momento), nuestra vida transcurre como con un ruido de fondo todo el tiempo, y hacemos un Excel sobre Kant, metemos a Platón en una tesis sobre Química Orgánica, estudiamos el manual de la licuadora nueva que compró la abuela y respondemos con insultos un mensaje de nuestro jefe, creyéndo que era nuestro mejor amigo.

Y es que tanta atención exigida nos genera esa desatención, esas obligaciones inventadas nos desvían de los placeres de tirarse al sol un martes al mediodía y volver hecho un tomate con piel sensible, tomarse un licuado de banana a las seis de la mañana de un domingo sin sentir culpa, o responder un mensaje tres días después sin que nadie te trate de desertor.

Todo eso, haciendo malabares entre la vida social, laboral, estudiantil, ociosa y procurando no confundir el vinagre para la ensalada con nitroglicerina y salir volando por los aires con la cara llena de lechuga.

Y mientras, nos acordamos que las fechas de finales se vienen acercando y ojo con pegar un portazo si desaprobás, que el perro ya terminó de comerse las paredes y está mordisqueando las vigas. Se te viene la casa abajo.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Instinto de Preservación

Suena una alarma. Un hombre sale corriendo hacia el este.
Suena una alarma. Un hombre corre hacia el sur.
Suena una alarma. Atento, un hombre corre hacia el oeste.
Suena una alarma. Un cuarto hombre corre instintivamente hacia el norte.

Coinciden todos en el centro, donde no suena ninguna alarma.

Suena una alarma. Un hombre escucha, permanece in situ.

Los demás, aunque lejos, lo imitan.

La alarma jamás deja de sonar.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Vida

Hoy estuve mirando al techo durante casi tres horas, recostado en el piso. Jugaba con el humo de un cigarrilo, es decir, de medio cigarrillo que había encontrado en la calle.

El ventilador de techo chillaba sin control y la ventana abierta en todas sus hojas traía bocanadas de viento mezcladas con los incisivos rayos del sol del mediodía.

Había una radio prendida en otra habitación, creo que se estaba quedando sin pilas, o la antena andaba muy mal, o simplemente el dial estaba en una posición incómoda y mezclaba dos estaciones de radio, con los handies de una remisería y con una licuadora que estaba usando la vecina.

El piso estaba lleno de vidrios. Se había roto una de las botellas de vino. Por suerte estaba casi vacía. Debe ser por eso que tenía cortes en todos los pies descalzos. En todos. No se si las manchas en la alfombra eran de vino o de sangre, pero tampoco me importaba averiguarlo. Aparte el gato ya había empezado a lamerlas y, sinceramente, no me quería acercar.

De hecho, no tenía ganas de moverme.

El estómago me susurraba las ganas de comer, y la cabeza me gritaba que no pensara tan fuerte, que dolía. Creo que lo del estómago no era hambre. 

Miré por la ventana, las hojas del geranio de la maceta que colgaba de la ventana se movían entre lenta y rápidamente, de acuerdo con el ritmo del viento.

Sonó el despertador. No me importó.

Me incorporé despacito y logré sentarme en el piso, corriendo un poco los vidrios, descubriendo entre ellos algunas monedas. La boca me picaba, la garganta raspaba.

El calendario me repetía inmóvil un millón de veces que hoy era miércoles.

Y así, mirándome al espejo, sonriente, caí hacia atrás sin que me importaran los vidrios y pensé, ¡Esto es vida!

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Extrañas Costumbres

Nunca fui un filántropo. Tampoco dediqué mucho tiempo de mi vida a serlo, ni a pensarlo, ni a averiguar qué significado tenía esa palabra.

Pero en todos mis viajes, en todos los ámbitos donde he cruzado tuve problemas con ciertos aspectos de los demás, con sus hábitos y actividades que más allá de la cultura, religión o modus vivendi en el que invertían su tiempo en la Tierra, me desesperaban y hacían temblar el ojo derecho, siempre a punto de reventar.

Uno de los casos que más grabados quedó en mi cerebro fue el de aquel niño en Ramburgo, que disfrutaba lamerse los codos al tiempo que comía helado de menta granizada, típica de la región. Era extraño ver al pequeño todo contorsionado, casi exprimiéndose mientras gotas verdes no sólo caían al piso, sino también en su cara, pegajosa y siempre sucia, y descendían por el cuello hasta debajo de su ropa.

Otro, fue el de aquel hombre grande de barba larga en un cine de Lumburia, a kilómetros de la ciudad de Tamberia, conocida por su enorme Catedral del Siglo VIII, que osaba mordisquear las uñas ajenas de quienes apoyaban sus brazos en las butacas.

El hombre de los relojes en Chitanía, que tenía carísimos Rolex no sólo en todos sus brazos, desde la muñeca hasta el antebrazo, sino también desde los tobillos hasta un poco antes de las rodillas. De hecho, me había contado que varios de esos relojes los había llevado a grandes expertos para que los redimensionasen al tamaño de aquellas zonas de su pierna para las que, por cuestiones lógicas, no está preparado un reloj. Además, cada uno estaba ajustado según distintas zonas horarias y todos, programados para sonar a las tres de la tarde de cada una de ellas.

Una mujer, en Auselgaria, también llamada la Ciudad de Cielo, disfrutaba estornudar cada vez que alguien pronunciaba la letra J. De tanto haberlo hecho a drede en sus años de niña traviesa, su cuerpo tomó la costumbre como natural y empezó a hacerlo involuntariamente ante el sonido de la J. Por suerte nunca fue amante de las Jirafas. Por otro lado y por suerte, la J es la tercer letra menos utilizada en el vocabulario de la región.

Horrible fue conocer a Nemer, un ferretero de la zona de Margatinas, pleno Caribe Septentrional, quien coleccionaba grillos muertos en un collar que llevaba siempre en su cuello. Después de tantos años, la gente ya no se veía sorprendida cuando, en medio de la fila del colectivo, sacaba uno para comérselo, tal vez aún moribundo.

Distinto fue el caso que conocí en la bella Dislunvría, tomada por la nieve de aquel invierno, donde un mercader sonriente pagaba a la gente para poder dormir sobre sus barbas. Lo increíble es que pagaba según el color de pelo, la longitud y la tupidez de la barba, y en dólares o libras esterlinas.

Me sacaría los ojos antes aquella chica de tan bella silueta que caminaba por las calles de Mar de Chinches que se metía al mar desnuda sólo para sacar arena de lo más profundo y comérsela. Hace tiempo que no se de ella.

Tengo en un cajón que ya no recuerdo las fotos de cada uno de estos personajes y por supuesto, muchos otros que fui conociendo en el camino, pero no puedo encontrarlas. Cada vez que lo pienso siento que el ojo me va a estallar, por eso ahora hace varios años que estoy en calma, tratando de no forzar los brazos, mordiendo las paredes lo más que puedo mientras recuerdo con detalle cada una de las plazas de las ciudades que jamás visité.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

(R)Escribir

Escribir para salirse de la piel, para revolver escombros hasta encontrar oro, que se vuelve cenizas, que se vuelve viento, que se vuelve diamantes.

Para romper diamantes, que rompen espejos, que rompen paredes, que rompen fronteras, que rompen cabezas.

Escribir para no explotar, para explotar.

Para enterrarse. Para volar. Para sentir al frío quebrar los huesos, quebrar los ojos.

Para desnudarse, para gritar.

Borrar. Borrar y volver. Volver más fuerte. Borrar de nuevo y volver. Y volver. Y volver. Y romper otra pared, otra frontera, otra cabeza. Tu cabeza. Otra cabeza.

Escribir para asfixiarse, para desinflarse, para llorar. Para saber cuánto aguantan los pulmones.

Reescribir y re-escribir. 

Porque nunca es suficiente.


lunes, 29 de septiembre de 2014

Gravedad

Todo subía mientras yo bajaba, era una pesa en un océano aéreo, cayendo hasta casi prenderme fuego, atraído por algo, hacia algo.

Salían chispas de mis zapatos recién lustrados, los ojos rotaban 360 grados una y otra vez. Las manos apretadas con fuerza clavaban las uñas en las palmas, las muelas se apretaban entre sí. La piel se erizaba y los pelos vibraban a toda velocidad.

Sólo sentía la presión en todo el cuerpo, y el calor, como envuelto en brasas, mientras millones de
alfileres microscópicos entraban por mis poros.

La velocidad era increíble. Podía incluso ver las partículas de luz en cámara lenta, sentir cada vibración de cualquier sonido. Respirar era difícil, el aire era más denso, más frío. Creo que gracias a la respiración lograba no prenderme fuego.

Y así, caía yo sin control de mí, destinado a lo que fuere, sin otra opción que aceptarlo.

Aunque parecía imposible, la velocidad comenzó a aumentar primero leve, y luego rápidamente. Dupliqué, tripliqué la velocidad. El escenario era blanco, la mezcla de todas las luces del mundo una y otra vez.

Sentía una presión terrible en los ojos, trataba de no tragarme la lengua y en concentrarme en el dolor en mis piernas para olvidar la jaqueca. Por suerte no tenía náuseas.

Al mirar hacia abajo, una luz aún más brillante que el propio blanco que me rodeaba hizo que entrecerrara los ojos al mismo tiempo que entendía que era otro cuerpo moviéndose frenéticamente hacia mí.

Traté de desviar mi rumbo, pero la colisión era inminente. Y lo fue.

Ahora ambos somos millones de partículas flotando lentamente en un espacio negro, volando separadas, pero muy cerquita.

Mezclándose.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Dragón

Y un día, caminando por un bosque a unos cinco minutos del pueblo donde vivía, encontró un Dragón, pequeño, pero un Dragón, quien se mostró bastante simpático hacia su persona. Largaba una pequeña columna de humo de su boca casi constantemente, y no medía más que un perro mediano.

Lo llevó disimuladamente a su casa, y lo encerró en su habitación. Empezó a probar qué le gustaría comer, y sacó varias frutas, carnes y otros productos de su despensa y se encerró con él en la pieza.

Al ofrecerle cada uno de los alimentos, el Dragón parecía no demostrar interés por ninguno, sacándolos de su vista con el hocico, o tirándolos abajo de la mesa.

Pasaron los días y el hombre no sabía qué hacer. El Dragón no comía nada y no había comido desde que llegó a la casa. De todos modos, se mostraba feliz, juguetón y curioso acerca de las cosas de la casa, los huecos, y le gustaba trepar y volar por los marcos de las puertas, de una habitación a la otra.

Sin saber qué hacer, el hombre fue a una biblioteca a buscar información para poder alimentar a su Dragón.

Encontró libros y libros enteros dedicados a estos animales, pero se sorprendió al leer que todos definían al Dragón como un animal mitológico, fantasioso e imaginario. Habló con la bibliotecaria, quien le dijo que los libros estaban en lo cierto, que los dragones no existían, y él, furioso, salió corriendo del lugar.

Consultó en el zoológico, donde le respondieron exactamente lo mismo, y hasta se rieron de él en un primer momento. Totalmete indignado, fue a preguntar a muchas personas, pero quedó confundido al recibir de todas la misma respuesta: Que los dragones no existen.

Revisó de nuevo los libros, entrevistó a más y más gente y volvió a consultar los libros y nadie le daba la razón.

Fue entonces cuando se enderezó y, decidido, fue a su casa a buscar al animal. Llegó, se sacó el suéter, que puso en una silla, y fue a la habitación. Encontró al Dragón durmiendo sobre una almohada, se sentó a su lado y comenzó a acariciarlo. El animal se despertó y se acomodó a su lado.

El hombre le acarició el lomo, subiendo con su mano, y al llegar al cuello comenzó a apretar un poco mientras salía humo constantemente de su boca, hasta que con sus dos manos, lo ahorcó. Enterró el cadáver cerca del bosque donde lo había descubierto, y jamás volvió a hablar de dragones en lo que le restaba de vida.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Septiembre

::: SEPTIEMBRE :::

Todo sucedía con normalidad, hasta que las tejas cayeron al suelo, como por arte de magia. Las flores azotaban con sus pétalos los adoquines del camino de la entrada.

Era un ruido ensordecedor.

Todo flotaba, o parecía volar, o parecía flotar. Las luces intermitentes. Las vigas parecían chillar de dolor. El candelabro se movía y sus velas amenazaban con quemar la seda de las cortinas.

Nos miramos, atentos, cerramos los ojos y dejamos que fluya. "Ya está, ya está" se procuraba mientras mordía los ojos.

Las ventanas latigueaban las paredes por dentro y por fuera, y de pronto, la luz.

Nos tiramos debajo de la mesa de roble, que luego se transformó en aguaribay, luego en pino, luego en polvo. El aserrín formaba un pequeño huracán en la cocina, llevándose las migas, las pelusas, las sillas, las mesas, las copas, vasos, platos, paredes, jardines.

Un punto blanco.

viernes, 29 de agosto de 2014

Efervescente

Botellas caen, vidrios, humedad.
Los manteles, clavados, soportaban los vientos.
Las copas, dobladas, chillaban de dolor.

Voces, ruidos, gritos, silencio.

Se transformaban en cosas, en sombras, en formas.
Eran deformes, negros, blancos y azules. Celestes también.

Paranoia, mil, millón, bi.

Alfileres en la panza, espadas por la nuca,
El pelo mojado, la garganta ácida.
El estómago efervescente.

jueves, 21 de agosto de 2014

Nota Editorial #12

Eeehhh... bueno, hacía mucho que no escribía en forma de humano (o intento de) para decir boludeces más grandes que las que suelo escribir, pero vi que era meritorio hacerlo puesto han acontecido varios sucesos que agrandan y alegran al Abismo, y van paso a paso, acercándolo al plan de dominio mundial.

¡SALIÓ EL SEGUNDO GRAN ABISMO ILUSTRADO! ¡Pueden pedirlo por Facebook!













Por cuestiones de dolarización, impuestos a las no-ganancias, por aumento en el valor del plutonio y porque Gozilla me lo dijo, ahora el Gran Abismo (Cualquiera de ambos dos) cuesta $35, ¡Pero ojo! Que si comprás los dos números juntos te salen $60. Sí. No sabemos sumar y no vamos a aprender ahora.

Igual seguimos regalando abismitos, estamos también preparando uno nuevo, y tratando de imprimir los números anteriores, que nos quitaron de las manos nos quitaron!

Por otro lado, quiero compartirles una nota que hicieron acerca del Abismo para el Diario La Ciudad de Ituzaingó, donde comentamos un poco dónde estamos parados (aparte de En El Abismo) y esto forma parte del crecimiento que, gracias a todos los que mandan mensajes ofensivos día tras día, estamos logrando.

(Si hacen click en la imagen pueden leer la nota ENTERA, ENTERA VIEJO!!!)

Ahora entraremos en una nueva etapa abismal, se vienen nuevos textos, viejos textos más nuevos, y nuevos textos que van a ser parecidos a los viejos, pero no importa, porque tengo torta. Bueno, OK, no tengo torta. De hecho, prefiero un paquete de galletitas de agua, muchas gracias.

Saludos poco cordiales,
Pebablds
Vicepresidente Junior




sábado, 2 de agosto de 2014

La Infelicidad

Ese día que salió de la oficina, se sentó en el colectivo de vuelta a casa y empezó a mirar por la ventanilla. Sus párpados se caían por el cansancio de días estresado, el cuerpo le dolía, recordaba días en el trabajo haciendo horas extra, llenando papeles sin sentido que nunca le dieron ninguna satisfacción, hasta que en una de las paradas, un cartel gigante se alineó con su cabeza, con la inscripción "¿Estás feliz con la vida que llevas?". Lo leyó detenidamente y lo siguió con la mirada incluso cuando el colectivo arrancó, y giró la cabeza mirándolo fijo hasta que lo perdió de vista.

Pensando, llegó a la conclusión de que debía cambiar de vida.

Vendió el auto, la casa, casi toda su ropa y se despidió de su familia para empezar a viajar, como siembre había soñado. Compró pasajes de avión y se fue.

Tiempo después, recorridos varios países y tenido miles de aventuras, se vio a la vuelta de una excursión pegado a la ventanilla de una combi y pensaba en el tiempo que no veía a su familia, que no dormía en una cama por una semana entera y que no tenía ningún tipo de estabilidad. Una avioneta pasó por el cielo con la misma publicidad: "¿Estás feliz con la vida que llevas?"

Meditó, y decidió que era momento de volver a casa.

Juntó sus cosas, y abordó un avión que lo traería de nuevo. Ya en su tierra, golpeó la puerta de su casa y nadie salió a recibirlo. Lo odiaban por haberlos abandonado y no reconocieron su regreso tal como él esperaba, negándole un lugar donde dormir. Sin plata y sin techo, fue a su antiguo trabajo a ver si podían devolverle el puesto, pero su lugar había sido ocupado por tres pasantes mucho más jóvenes, que obviamente cobraban mucho menos de la mitad que él.

Se sentó en el cordón a pensar, y no encontró alternativas.

Pasó tres o cuatro meses andando por la calle, comiendo de donde podía, haciendo trabajos esporádicos para poder comprar alcohol para poder conciliar el suelo, aguantando el frío, el calor, la lluvia y la maldad de la gente que lo miraban mal cuando se acercaba.

Caminando por un barrio al que acababa de llegar con su mochila y con la misma ropa puesta hace meses, vio otro cartel... "¿Estás feliz con la vida que llevás?".

Se detuvo, miró el cartel con atención, sonrío y continuó con su camino.

domingo, 20 de julio de 2014

Enojo

-¡Andate a tu casa!
+¡Pero esta es mi casa!
-¡Entonces andate a la mía!

lunes, 14 de julio de 2014

DO-MIN-GO

Como es sabido, los domingos son días agridulces que presentan una serie de sabores que se mezclan y entreveran para formar así veinticuatro horas con distintas gamas, tonalidades y sentimientos. Vamos a proceder a dividir al domingo en tres grandes partes.

DO:
Comprende desde las 00hs hasta entre las 4 y las 6 de la mañana. Muchos, al empezar el DO ya están en medio del tobogán de la alegría, habiendo realizado un pequeño ritual durante las últimas horas del sábado, que entre cena y post-cena, los han hecho quedar en lo que suele llamarse "Punto Caramelo". Esta, es la hora pico del domingo -y también del fin de semana entero-, porque los domingos empiezan explotando en medio de una salida destructiva en la que nos vemos inmersos, rodeados por música, sustancias que alteran nuestra percepción y música confusa, que va en crescendo hasta que, luego del summum de la noche, va cayendo en picada como nuestros párpados y sentimos desde lejos el llamado de la cama, que nos atrae imantados para caer como adoquín en el agua y perder el conocimiento hasta el siguiente momento del día.

MIN:
Un domingo normal es aquel en el que nuestros ojos se abren no antes de las 12 del mediodía, inaugurando la segunda etapa que comienza al separar nuestros párpados hasta aproximadamente las 18hs. Apenas empieza, MIN nos recibe con la boca seca, un agradable dolor de cabeza punteagudo, algunos recuerdos confusos de los que fue el DO, e imágenes que van apareciendo de a poco como flashes de algo incierto. Tenemos todos los miembros aún, ninguna cicatriz en el abdomen, la billetera -aunque más flaca que anoche- y el celular en perfecto estado. La ropa en el piso, la puerta entreabierta y signos de que estuvimos peleando con las sábanas para poder taparnos. Todo va de acuerdo al plan.

Aunque sea el mediodía, en esta etapa del domingo almorzar es opcional, y depende exactamente de la intensidad del DO. Si ha sido uno leve, podemos afrontar una tira de asado precedida por un choripán. Si la intensidad del DO fue media, apelaremos a la ensalada o a unos fideos con manteca. Pero si DO fue catastrófico, debemos dar gracias de poder estar sentados en la mesa con los ojos abiertos y el estómago por hacer erupción. Cualquiera sea el caso, luego del almuerzo -familiar o en soledad- viene la etapa más linda del domingo. La segunda parte del MIN es a partir de las 14, 15hs y es un momento de optimismo desmesurado, que nos hace olvidar qué día de la semana es, colocándolo en el puesto número uno del momento menos productivo pero más relajante de la semana. Durante la segunda mitad del MIN, podemos elegir si dormir una siesta (también dependiendo la intensidad del DO, la siesta es opcional u obligatoria),
ver una película, salir a tomar mates con amigos (esta opción es nula si el DO fue catastrófico) o tirarse en una reposera a ver crecer el pasto.

A eso de las 18 todo empieza a ponerse gris conforme la noche va avanzando.

GO:
A partir de as 18 y hasta las 23.59 del Domingo, nos encontramos en la etapa GO, que a pesar de su significado en inglés, -avanzar, ir- esta etapa es todo lo contrario. Nos volvemos lentos, caemos en la realidad espesa de que mañana comienza nuevamente la rutina, y el optimismo generado en MIN va cayendo en picada, destrozándose a medida que pasan los minutos haciendo que nos preguntemos "por qué
no hice otra cosa en vez de hacer eso que hice", cuestionando aquella elección que tomamos en MIN -sea cual sea- y pensar qué hubiera pasado si en vez de ver esa película hubiéramos salido a ver el sol.

Conforme va cayendo el optimismo se acerca la cena, una cena triste, con poca conversación entre los comensales -usualmente sobre las tareas a realizar el lunes- y rápida, porque todos luego quieren bañarse al mismo tiempo, el calefón transpira porque no da a basto y gana siempre el primero en entrar al baño como si fuera a anotar un try en un partido de Rugby.

Luego del baño se genera una meseta. Aproximadamente entre las 22 y las 23 del GO (a veces hasta las 22.30) tenemos un pequeño momento de relax, seguido por la caída final y la entrada absoluta en razón: Mañana es lunes. No hay nada que hacer. Una vez que hayamos salido de la meseta y entrado en razón, todo está perdido, sólo debemos dejarnos llevar por las sábanas, que nos envolverán con su calor para que empecemos la rutina como todos los lunes: Hechos mierda, con los ojos pegados y el hígado en la mano, pero siempre teniendo en la mente la cuenta regresiva para encontrarnos de nuevo con el próximo fin de semana.

jueves, 10 de julio de 2014

Otoño Perverso

El otoño nos presenta, dándonos una cachetada en la mejilla, al señor Frío, quien llega de a poco, de a poco, bajando la temperatura hasta que un día televantásalamañanay ¡PUM! De 10 grados pasás a sentir 1.

La cama nos encadena, pero como una fuerza liberadora, llega la rutina con un alicate tamaño industrial para liberarnos, y decirnos casi con una caricia "Dale pibe, salí de ese lugar perfecto donde te encontrás y enfrentate al mundo real". El mundo real duele, sobre todo cuando sentimos esa espada de 1 grado (o menos) atravesarnos instantáneamente en el segundo que ondeamos las sábanas para salir de nuestro hermoso y cálido campo de fuerza.

Pero como el otoño sabe que sufrimos, y se alegra macabramente con nuestro sufrimiento, sube el termostato diez grados pasado el mediodía, y nos hace transpirar no sólo por nuestros abrigos (que suelen ser exageradamente abultados y exageradamente muchos) y entramos en la terrible desición al volver camino a casa: ¿Me lo dejo todo puesto y hago de mi cuerpo un sauna, o meto todo en la mochila y creo una especie de Bomba Nuclear de fibra de algodón a punto de explotar?

Cada uno tendrá sus opiniones respecto a una desición u otra, lo interesante es que cualquiera que nos guste, va a tener grandes desventajas, pero sólo una cosa a favor: Mantenernos calientes una hora (como mucho) durante la mañana. ¿Es esto negocio?

El primer frío del año suele ser el más doloroso, donde decimos "¡Uh! ¡Cierto que el frío existía!" y nos tiramos el placard encima por la mañana, y por la tarde nos queremos morir, y le pedimos a todos los dioses que inventen ya la teletransporación por lo menos para que nuestros abrigos aparezcan en casa sin tener que sufrir una hora o más en un transporte público cargando con diez kilos de campera.

Algunos, optamos a veces en dejar algo de ropa en nuestro lugar de trabajo, para que la vuelta no sea tan complicada, pero muy en el fondo sabemos que tarde o temprano ese buzo tendrá que volver, de forma que no solucionamos el inconveniente, sino que atrasamos unos días nuestro pesar.

¡Pero no te preocupes! Antes de hacer una horca con la bufanda y colgarte del ventilador de techo, pensalo. Abriguémonos conscientemente... Sabemos, (y SIEMPRE sabemos) que el frío va a durar poco en esta época y que el otoño sólo nos está jugando una mala pasada. Le gusta inspirarnos temor, y nos acostumbra un poco al frío, dándonos tres días de un frío matutino insoportable y el siguiente, un calor casi primaveral, que nos mete la incertidumbre por la oreja, y desconfiamos: "Mmm, mejor me llevo un saquito por si refresca" y obviamente, nunca lo hace.

Así que para evitar estas jugarretas a las que el tiempo nos expone, vamos a aclimatarnos lentamente. Sientan un poco el frío que no viene mal, abríguense a conciencia para evitar bondis repletos de mochilas abultadas, paraguas (porque muchos asocian el frío con la lluvia) y gente transpiradas con tres grados bajo cero (los aromas mezclados en los bondis/trenes suelen ser peores cuando hace frío que en pleno verano).

No tengan miedo en abrir un poquito la ventanilla del bondi para que corra aire. Recuerden que también necesitamos respirar.

¡Brindemos por un otoño con menos abrigo!

Y obvio, por un invierno en el que todo andemos en remerita.
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Escrito para Revista Clap!

miércoles, 25 de junio de 2014

El Cosmos Nos Conecta

ADVERTENCIA:
Este artículo puede tener contenido demasiado místico para algunas personas. Abstenerse de su lectura los que no creen en nada, los que creen en todo, y aquellos a los que todavía les resulta curiosa la comparación y similitud entre las palabras "Casualidad" y "Causalidad".

Es verdad que estamos hechos de estrellas. De hecho, es sabido que las partículas jamás se destruyen, sino que desintegran sus uniones para formar nuevas, y así, nuevos elementos. De hecho, las partículas que nos forman a nosotros alguna pudieron ser parte de un rayo de luz, de un dinosaurio o de la piel seca que se le cae a la gente esa que siempre anda perdiendo piel por ahí.

Dicho esto, podemos asegurar que hay personas que se toman este tipo de conexiones DEMASIADO en serio, y en un intento por comprender la raza humana y toda su mística, asegura que hay exactamente doce tipos de personas. ¿Doce? Doce. Uno por cada signo zodiacal, claro está.

Tenemos entonces este tipo de pensamiento que cataloga a los seres humanos según el día de su nacimiento, que mágica al haber pisado el mundo en ese momento automáticamente venimos seteados como una computadora por defecto con cierta configuración de humor, de gustos y de relación con otras personas.

"¡Claro! ¡Mirá como se enoja! Eso es porque es de Leo", tenemos que escuchar muchas veces. "Él es tranquilo porque es de Tauro" murmura una abuela cuando la otra le habla de su nieto. Y así, empezamos a devastarnos y degradarnos como seres humanos, de forma tal que si sos de TAL signo, es obvio que tenés que actuar de TAL manera.

¡Pero esta gente piensa en todo! Por lo que no tenemos escapatoria cuando queremos encontrar una falla en su perfecto sistema de configuración humana: "Todos los de Escorpio son hábiles para los negocios" dice una señora. "Yo soy de Escorpio y jamás me fue bien..." responde un ser humano, titubeando. "Pero en qué año naciste?" Responde la señora con seguridad. "En 1987" contesta el humano. "¡Claro! Ese año dominaba la tercer luna de Júpiter y la luz daba en el eucalipto que había en la 9 de Julio, al lado del bar Don Gregorio, y por eso es obvio que sos un escorpiano que no va con esa regla". Y así nos sentimos más y más destinados a ser algo que no sabíamos que éramos pero que seguramente nunca seremos. ¿O no?

Están también aquellos que no son especialistas en el tema, pero categorizan constantemente a las personas que los rodean tratando de relacionarlos astronómicamente. "¿NAAAA SOS DE LEO? ¡MI PRIMO ES DE LEO!" dice exaltada la dueña de casa. "Ah..." decís vos. -findelaconversación- (Y ni hablar del famoso NO CAEMOS DE CULO que los capricornianos sabrán comprender).

También abundan aquellos molestos que asocian negativamente a las personas por su signo: "Ah no, mirá, no podemos estar juntos, porque sos de Piscis, y mi ex era de Piscis, y creo que la gente de Piscis me va a lastimar siempre" te dice la chica con la que querés estar, mientras vos lentamente le contás las falanges de los dedos para calcular cuántos pedacitos quedarías si se las vas cortando de a una.

También está la virtud de este campo, que supone cierta motivación a personas que creen en este método, por ejemplo "Sos de Aries? Intentá haciendo Bungee Jumping, los de Aries son buenos en eso." Después obviamente esa vieja que nos recomendó hacer tal actividad no viene a nuestro funeral, por miedo a que la lapiden ahí mismo y sean dos funerales en vez de uno.

Entonces, esto de creer o reventar ya lleva varias explosiones dentro de nuestra sociedad, y aunque muchos todavía eligen la mística de creer, compran sus cartas astrales para que los guíen por un buen camino, leen su fortuna para anticiparse a aquellos problemas que se vienen y sacar piedras del camino antes que desaparezcan y se hacen dependientes de esto como si fuera una droga de las más intravenosas, nunca, jamás, nunca van a saber lo lindo, la hermosa sensación que sentimos aquellos a los que no nos importa cuál
va a ser nuestro futuro, pero aún así lo esperamos al pie del cañón, nosotros, los que siempre elegimos reventar.

martes, 10 de junio de 2014

Nota Editorial #11

Un abismo es como una bola de nieve, que se derrite si se queda quieta, pero en movimiento va creciendo hasta estrellarse en un todo y lo hace nada. Contrario a la nieve, el abismo carece de volumen, puesto que es un espacio vacío, y al girar, agrandarse y estrellarse contra la nada, crea todo.

Hoy se cumplen seis años desde que el abismo empezó a girar y tan vacío está que dejó pequeños todos en el camino, esos todos, algunos se derritieron, otros giraron hasta chocar con otros todos y hacerlos nada y esas nadas, pequeñas abismas, crecieron y rompieron y borraron y crecieron y crearon y sus clústeres hoy siguen rodando, aunque algunos se derritan.

Gracias por permanecer dentro de esta burbuja de nada, que es Parado En El Abismo, para chocarse, golpearse y destruirse y transformarla en un todo.

Seis años de nada, ¡y por muchos más de todo!

Pasen por el FACEBOOK que hay unos concursos interesantes para quienes quieran ganarse el Volumen 2 del Gran Abismo Ilustrado, próximo a salir en el Julio próximo. Próximo.

¡Abrazos cósmicos!
(losodioatodos)

Pebablds
Vicepresidente Junior

jueves, 22 de mayo de 2014

Cuando Cae El Sol

El frío de Julio se había ido, aunque seguía siendo Julio. El mar calmo se ponía turbio con el anaranjar del cielo. Nos miramos. Te hice un lugar al lado mío. Te sentaste.

Quietos, con la vista hacia el frente, las olas volvían inquietas mientras el cielo enrrojecía. El sol, enorme, daba fin al día acercándose al horizonte, cayendo en un movimiento que a la distancia veíamos similar al de un globo.

Una nube de vapor blanco se levantó repentinamente sobre el mar cuando el sol lo tocó, las olas, enloquecidas, se levantaban y rompían por todos lados. El sol comenzó a sumergirse en el mar. El agua hervía, salía vapor, humo, blanco y negro y gris.

La oscuridad casi lo había abarcado todo, y cuando menos lo esperamos, volvió el frío de cien Julios. Los árboles se helaban a medida que el agua hervía más y más, hasta que de un golpe, el sol terminó de sumergirse en el mar, levantando una ola enorme que lentamente se acercaba hacia la costa. Lentamente, claro, porque la veíamos a kilómetros de distancia levantarse, imponente, sobre lo que estaba a punto de dejar de ser nuestro planeta.

Mientras el Tsunami del fin del mundo estaba por devorarnos, me miraste, con la calma de la que siempre eras habitué, sonreíste y dijiste con la más sincera de tus expresiones: "Siempre pensé que el Sol era más grande que la Tierra".

lunes, 5 de mayo de 2014

Azul Oscuro

El suelo, azul oscuro, casi negro por el líquido, hacía que las baldosas casi ni se vean. El hombre, atadas sus manos y pies fuertemente al respaldo y patas de la silla, no podía hacer otro movimiento que girar la cabeza. El ciego, en cambio, suelto, gateaba tocándolo todo sin poder ver, resbalando y chapoteando entre los pequeños charcos azulados que dejaban las gotas al caer del techo, como petróleo, e iban llenando lentamente la habitación.

La puerta, casi invisible, sólo dejaba ver la cerradura como un hueco imperceptible en la pared, y sus bisagras perfectamente escondidas disimulaban muy bien su color con el de las paredes.

El hombre atado, sin poder más que sollozar, respiraba frenéticamente, jadeaba lo que podía a pesar de su mordaza. El ciego, escuchaba desde el suelo buscando la llave, sin saber si se trataba de una amenaza o de un aliado. Oía la respiración agitarse cada vez más.

Sin poder comunicarse, el hombre de la silla veía la llave asomarse en un pequeño pedestal a unos pasos suyos. Tirar la silla era imposible: Estaba como salida del mismo piso, pegada, atornillada, o lo que fuere.

El ciego se incorpora, mancha todas las paredes con sus manos buscando algo. Tantea, revisa, descubre así el pequeño orificio oculto, lo toca, lo mira con sus manos. El hombre de la silla se queja con más fuerza, salta, como haciendo señales. El ciego interpreta entonces que se trata de un amigo, pero desconfía. Deben coordinarse. El de la silla no deja de exaltarse, quiere eliminar sus nudos. No puede.

En el piso, moviéndose como una oruga, el ciego busca algo que no sabe si existe. Se mancha las manos, los codos, los brazos, el cuello. Él es azul ahora, casi negro. El hombre de la silla forcejea sin resultados. La llave, cada vez más cerca de las manos. La llave, siempre cerca de los ojos. Inconexos. Las gotas, cayendo lentamente, cada vez desde más filtraciones por el techo, se escuchan en semicorcheas que el ciego cuenta y el de la silla observa.

La llave, cerca. La mordaza, ¡La mordaza! Empieza a morder la mordaza. El ciego se acerca a la silla, toca los pies, descubre que ahí está su compañero, pero se aleja. Aún no puede confiar. Las gotas, cada vez más.

Las manos recorren el piso como sabuesos, rastrean, escuchan, gritan. Los ojos también gritan, lloran, muerden, pero desde la silla.

La mordaza empieza a ceder hilo a hilo, los dientes se gastan. Hacen chirridos agudos que molestan.

El ciego da con el pedestal, da con la llave. La agarra, la toca, la mordaza disminuye, las gotas caen, el piso queda atrás, el azul crece, el ciego se incorpora, encuentra la pared, la mordaza va aflojándose, los dientes molestan, también se aflojan, las manos vuelven a la pared, sienten húmedo, saben que es el camino, siguen la humedad hasta la cerradura, la mordaza casi cae, las manos tocan el hueco, los ojos que ven se mueven para todos lados, lloran, jadean, muerden más fuerte. Las manos acarician el ojo de la cerradura, tantean la posición de la llave, el hombre jadea más, muerde la mordaza, la afloja más. La mano encuentra la puerta, las pupilas se dilatan, la mano gira, la llave abre, las gotas evolucionan a chorros pequeños, la mordaza cae, la llave vuelve a girar, los chorros se hacen grandes, el de la silla grita "¡NO ABRAS!", el ciego se asusta, cae, la puerta se abre dejando caer dentro de la habitación una catarata que se suma a las gotas, a los chorros, disuelve el piso y termina inundándolos a ambos de un azul oscuro, casi negro.
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Inspirado en esta canción:


martes, 22 de abril de 2014

Por Las Dudas

Vinieron a mi casa riéndose, trayendo cinco fajos de billetes de cien dólares que tiraron sobre la mesa al entrar. Sorprendido los miré. "Son falsos", me dijeron, "los acabamos de comprar en una casa de bromas", y rompieron a reír a caracajadas.

"Muy gracioso..." dije mientras agarraba uno. Eran totalmente idénticos, se sentían igual a tacto y lo único que los diferenciaba de un billete común, a simple vista, era una leyenda que debajo del valor, decía "Billete falso, no válido para uso comercial".

Me dijeron que los tire, que ya habían cumplido su misión de sorprenderme. Los puse en una bolsa que llevé al tacho de basura, pero antes de tirarlos, los guardé en una de las puertitas del aparador de arriba.

Por las dudas.

miércoles, 16 de abril de 2014

Enredarse con lo Inalámbrico

Se levantaba todas las mañanas sabiendo que su día iba a ser una aventura impredecible. No por su trabajo en la fábrica de cartón, ni por su esposa, Elba, que atendía una librería a unas cuadras de casa, sino por su superpoder. No, no volaba, ni se teletransportaba, ni hablaba con animales, ni era súper inteligente. Su superpoder era palpar los datos que flotaban en el espacio, desde descargas que los vecinos hacían por WiFi, hasta ondas de la televisión satelital.

Entonces, era común que saltara por su ventana del noveno piso y cayera sobre un mp3 que lo llevara a planta baja, o que se tropezara con el noticiero de las doce cuando iba a comer. Una vez, mientras corría, casí le saca un ojo la discografía completa de Led Zeppelin que venía de frente, que un chico en la plaza estaba descargando con su tablet.

Entre tanta información que volaba a su alrededor, una vez se quedó atónito. Escuchó voces, se sintió atraído, pero no atraído para irse siguiéndolas, sino para quedarse inmóvil para no perderlas.

Se tropezó un poco, pero logró, después de un rato de probar posiciones en el lugar, volver a captarlas. Era una radio zonal, independiente, que le llamó mucho la atención. Ese día se quedó inmóvil dos horas, escuchando, mientras la gente que pasaba lo miraba extrañada. Una casualidad, como suele pasar, hizo que el viento le robara su sombrero -porque no dijimos que este era un hombre que vestía con estilo- y lo tirara al piso, a sus pies. Quieto, miraba con sus ojos para abajo sin mover la cabeza, al sombrero, como gritándole que vuelva, pero obviamente los sombreros no interpretan el significado de nuestras palabras, y nosotros no conocemos su idioma, así que ni se inmutó.

Al rato, una señora algo mayor que pasaba dejó una moneda dentro del sombrero del hombre, lo miró y sonrió. Ese mismo día, el hombre renunció a su trabajo y todos los días volvió a esa misma esquina, a la misma posición para poder escuchar esa misma radio que tanto le había gustado, con el sombrero -que seguía sin hablar castellano- a sus pies, donde trabaja actualmente como estatua viviente, disfrutando siempre de la compañía de su radio preferida, que le hizo olvidar todas las películas pesadas que le caían encima mientras esperaba el colectivo a la mañana, todas las novelas de la tarde que le hacían cosquillas en los pies, y todos los remixes de temas de Madonna que le taladraban los oídos.

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Dedicado a la gente de La Fribuay

martes, 1 de abril de 2014

Retomar

"Volver con la frente marchita" murmura un tango en una radio destruída que escucha el portero de donde trabajas, que entredormido te saluda bostezando cuando, vos también en plena bocanada de aire (no podría decirse con exactitud quién contagió el bostezo a quién) levantás la mano sin emitir palabra, te acomodás la camisa que obviamente jamás planchaste, y vas a esperar el ascensor para lo que será un nuevo año de oportunidades (tormentos) que acaba de comenzar.

Las vacaciones son como una inyección de libertad que nos meten en la piel por lo general entre enero y febrero (hay quienes las tienen más adelante, pero vamos a hacer hincapié en las tradicionales vacaciones de verano), que entre la cosa con amigos, los viajes de mochilero a lugares desolados y esas mañanas (porque cuando uno está de viaje inexplicablemente se levanta a la mañana) en el bolsón llena de hippies se van desvaneciendo, y nos golpea el adoquín de la verdad: Las vacaciones terminaron, hola rutina, hola sobredosis de café, hola jefe, hola a la gente que no queremos saludar, hola vida de persona grande.

Así entonces, con lo que queda de nuestro hígado nos sentamos en el escritorio a pensar en lo que hicimos (porque suena como castigo y tal vez lo sea) en las vacaciones: Despertarse para merendar, acostarse después de desayunar, salir todos (TODOS) los días a algún bar, conocer gente nueva, andar por ahí como vagabundo (o sintiéndose uno).

La rutina no sólo viene acompañada de trabajo, claro, sino de cierta organización en la vida EN BASE a la vida laboral. No salir los días de semana (o salir y bancarse las consecuencias), no beber durante la semana (o bancarse las consecuencias), no quedarse en casa viendo nuestra serie favorita hasta las cinco de la mañana (o bancarse las consecuencias). Se como sea, estamos pendientes de todoloquepuedellegarapasarsi... y como a muchos poetas de la rutina les encanta decir, "nos van cortando las alas", pero pluma a pluma, para que duela. Y duele.

Quienes tienen, además de sus vidas, el cuidado de otras como (podríamos hablar de mujeres mantenidas o suegras, pero vamos a concentrarnos en) hijos, todo esto implica no solo adaptarse a los propios horarios, sino combinarlos con el de esta otra persona y hacer que cada día sea una rigurosa carrera contra el tiempo. Quienes tengan niños pequeños que vayan al jardín o primaria, sabrán que hay que desayunar/vestir/llevar al colegio en tiempo récord, y que aún así esto nos de el espacio necesario para llegar al trabajo y no perder el presentismo (quienes luchas por él) o no aguantar los primeros veinte minutos de la jornada un discurso sobre la moral, las buenas costumbres, el horario y el planchado de la camisa.

¡Pero no todo está perdido! Aún quedan los fines de semana y varios feriados donde volver a inyectarnos esa sensación de vacaciones (aunque en dosis más cortas, condensadas y explosivas) para poder calcular "bueno, si descono el viernes, paso todo el sábado en cama hasta la noche, vuelvo a salir y el domingo fisuro todo el día" y tratar de no morir en el intento, ante tan delicada sincronización etílica.

De todos modos, no hay que preocuparse. Entrar en la rutina no es tan malo, podemos reconfortarnos por el simple hecho de saber que hay personas que se toman vacaciones en Septiembre y vienen sufriendo esto desde mucho antes que nosotros, así que brindemos por lo viernes, por los feriados puente y por esos martes, miércoles o jueves en buena compañía que instantáneamente se transforman en sábados sin que nos importen las consecuencias de la mañana siguiente, ni las arrugas de la camisa, y seguimos inmersos en la rutina a la que nos acostumbran, pensando en que lo único que queremos retomar, son las vacaciones.
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Publicado en Marzo de 2014 para Clap! Revista

viernes, 21 de marzo de 2014

El pez por la boca vuela.

jueves, 13 de marzo de 2014

Secuencia

De la semilla al tallo.
Del tallo a las ramas.
De las ramas al tronco.
Del tronco al árbol.
Del árbol a la arboleda.
De la arboleda al bosque.
Del bosque a la hectárea.
De la hectárea al campo.
Del campo al río.
Del río al mar.
Del mar al continente.
Del continente al mundo.
Del mundo al sistema solar.
Del sistema solar a la galaxia.
De la galaxia al universo.
Del universo a las dimensiones.
De las dimensiones al tiempo.
Del tiempo a la explosión.
De la explosión a la semilla.

Y es tan sólo una semilla.

lunes, 10 de marzo de 2014

In Invisibilidad

"Si me tocás, me volveré invisible. Cualquier roce, accidental o a drede, hará que instantáneamente desaparezca. Es por eso que si te cruzás conmigo, si me abrazas, si me besas, si querés acercarte de cualquier forma, no volverás a verme jamás, solo el aire donde mi cuerpo ocuparía un espacio." Le dijo mientras fruncía el ceño.

"No hay problema." contestó, mientras se arrancaba los ojos con un tallo de rosa.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Chispas

Excéntricos ambos, eran víctimas de las modas más exóticas que alguien pueda llegar a descubrir, siempre pendientes de lo último en cada continente, siempre dos pasos adelante de cada temporada.

Él, incansable trabajador de manos gastadas, había hecho su fortuna vendiendo pan con la receta de su abuela, que una vez fallecida le dejó dentro de una botella junto con trescientos pesos que le ayudaron a comprar sus primeros paquetes de harina en el almacén del barrio, cuyos paquetes aún conserva en la vitrina centran del living, junto a un enorme ventanal que da a su campo de golf de pasto celeste, genéticamente alterado para él.

Vivió siempre cerca del barrio donde nació, siempre solo a partir de la muerte de su abuela. Su única preocupación fue que la masa levara correctamente, que no se humedezca la sal y que el horno se mantuviera a temperatura. Así, logró forjar un imperio que le dio la fortuna que actualmente posee.

Compra por internet cuanto objeto de colección único pueda encontrar: Desde sillones de formas inentendibles -algunos incluso con manuales que explican cómo sentarse en ellos- hasta utensilios de cocina con formas irregulares, capaces de extraer el ojo del comensal al pinchar un raviol.

Su ropa, siempre de las mejores telas, con colores llamativos y texturas estridentes, que lastimaban a la vista tan sólo con pestañear cerca.

Ella, en cambio, nació con la vida resuelta. Hija de un padre abogado, muy estructurado, que consintió siempre a su hija única.

Carente de madre, pero rodeada de sirvientes, vivió su infancia en una nube rosa de satisfacción, que duró hasta terminar sus estudios en medicina con un promedio de siete. Obviamente, jamás pensó en ejercer, pero hizo cuanto su padre le pidió sólo para poder mantener su status y nivel económico.

Las pocas horas de clase no se comparaban con las muchas de fiestas, sushi y viajes, tal vez en su avión privado o simplemente en el Rolls Royce que compró de capricho en una concesionaria alemana.

De gustos totalmente descabellados, solía comprar pinturas de artistas totalmente desconocidos que al parecer, no sabían lo que hacían, por precios incalculables, que luego amontonaba en un armario oscuro detrás del armario enorme donde guardaba los zapatos.

Una semana atrás, ambos buzones habían sido intervenido con el mismo sobre, del mismo color rosa, con la misma invitación, por lo que una semana después, a esa hora, en ese mismo salón, estaban ambos presentes.

Él, con un smoking de cortes desprolijos pero cuidados, color verde brillante, el pelo teñido con una tiza violeta, un carísimo perfume por el que pagó fortuna, que tenía esencias de flores ya extintas del amazonas, con fluidos de ciertos animales críados exclusivamente para licuarlos en esa mezcla, y unos pantalones largos y negros que tocaban con la punta de las mangas sus mocasines azul perlado.

Ella, con un vestido que encajaba perfectamente con su figura y se confundía con su piel, a pesar de ser celeste, con algunos andrajos de seda que chorreaban por el piso. El peinado altísimo y rubio, recogido de forma inusual pero llamativa, unos zapatos de taco aguja multicolores, anteojos transparentes, joyas a gusto y un exquisito perfume de diseñador que tenía un añejamiento de 400 años y sólo se habían creado seis frascos pequeños, los cuales contenían poderosos químicos concentrados de un aroma extraordinario,
y cuya receta fue quemada una vez concluídos los seis frascos, luego de matar a su creador, quien los hizo para una princesa rumana, que murió durante unas invasiones poco después de terminada la receta, y que nunca llegó a utilizar.

Sus ojos se cruzaron por el medio del salón, atravesando toda la pista de baile. Quizás los colores fueron los que se llamaron a sí mismos, y comenzaron a caminar mirándose fijamente, él con sus lentes de contacto rosa, ella con sus pestañas de diez centímetros.

Así avanzaron por el salón, sin mirar el sushi o el caviar que dejaban atrás en cada paso.

Él recogió de una bandeja sin torcer la vista, dos copas larguísimas y finas de Don Perignon, casi haciéndo tropezar al mozo, mientras ella sonreía irónicamente.

Su acercamiento tuvo lugar frente a una gran fuente de hielo decorada con frutas, la proximidad les erizaba la piel. Cinco metros, tres metros. Casi se tocaban, cuando sus aromas se mezclaron.

La esencia de flores extintas del Amazonas friccionó con los extraños e inentendibles químicos antiguos, generando chispas en el aire, que dieron lugar, una vez concretada la reacción, a una terrible explosión que disolvió entre aire, perfume y frutas de estación, no sólo a los dos excéntricos invitados, sino también el salón y los edificios en un radio de dos cuadras.

miércoles, 26 de febrero de 2014

La Herencia

Fallecido mi abuelo, toda la familia se juntó en una larga ceremonia que duró dos almuerzos, para repartir la generosa herencia. Todos se fueron con una sonrisa y un hermoso paquete, y yo, con una pequeña carta.

Llegué a mi casa, me encerré en mi habitación y con mucho cuidado, abrí con un cutter el sobre salivamente sellado y saqué un papelito doblado, amarillo, que al abrirse decía con letra horrible: "Detrás del patio, la gran X". Pensé en mostrarle la nota a mis padres, pero suponiendo que el hecho de que la carta fuera solo para mi significaba que yo sólo debía saber el enigma, opté por guardarme cada palabra.

Esa noche apenas pude dormir.

En la mañana, pedaleé hasta la vieja cada del abuelo. Entre bostezos, salté la reja de pesado metal negro y corrí al patio, atrás. Revisé con el lugar con los ojos. Nada. Luego, una puerta, al fondo, en el taller, un X enorme de madera la cruzaba. Corrí, entré.

Dentro del pequeño taller de madera, había algo extraño en el suelo, una baldosa floja. La levanté. No había más que tierra, pero por mi descuido, noté que la siguiente estaba despegada del suelo. La levanté. Un agujero en la tierra.

Empecé a agrandar el agujero con una pala, hasta que dí con algo pesado y pequeño. Rodeé la cosa con la pala, como liberándola, y la llevé afuera, donde el sol dejaba verme con más claridad.

Era una especie de cofre, pero no tenía llave. Así que lo abrí usando un cortafierro y el poder de un gran martillazo, y dentro, una caja roja un poco más pequeña que el contenedor anterior, cerrada con una cinta vieja, que decidí cortar.

Dentro, una pequeña lata ovalada que tomé entre mis manos. Era como de galletitas viejas, y a pesar de estar bastante despintada, aún se notaban una o dos mamushkas dibujadas. Agarré la tapa con la palma de mi mano, y haciendo un poco de fuerza pude zafarla y alejarla del resto del envase.

Dejóse entrever a la luz del sol un sobre normal, amarillento.

Lo agarré con ambas manos, parecía contener algo grande dentro, y rectangular.

Cuando me concentré en el sobre, decía muy grande con la misma letra horrible: "JAMÁS ABRIR ESTE SOBRE" pasando justo cerca del punto lacrado.

Obviamente lo guardé y enterré de nuevo. No soy ningún desobediente.

jueves, 13 de febrero de 2014

(D)escribir

Es cortarse la piel y arrancarla de la carne, de los músculos, y sin ella tirarse sobre un lienzo en blanco y comenzar a dar vueltas impregnando un rojo fuerte que se va oscureciendo con el tiempo, pero no se va.

Es abrirse la cabeza con un martillo, llenarla de caramelos, de limones, de serpientes y pegarla de nuevo así, rota y remendada para conectarla nuevamente. Es conectarse con el mundo del que nos desconectamos.

Es abrir una puerta sin salida, es romper los ladrillos y encontrar adoquines, es destruir los adoquines y encontrar madera, es hacer una puerta con esa madera.

Es tenerlo todo y perderlo en un segundo, sentirse liviano, tirar bolsas de arena. Prenderse fuego el pelo y tirarse al río, caer metros sin fin sin tocar el suelo. Flotar a la superficie sin descomprimirse. Es reventar sentado.

Es donar un órgano invisible a alguien que no lo estaba esperando, es compartir la sangre, los huesos, la carne, es abrigarse con la piel del otro.

Es quitarse los zapatos, golpearse los pies, amputarse las manos, sacarse los ojos, coserse las orejas.

Es tallar los propios huesos, crear formas, abrir colores, escuchar silencios.

Es compartir, es paz.

Es ser.

domingo, 9 de febrero de 2014

Siempre le tuvimos miedo a la oscuridad

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz, porque es obvio que siempre le tuviste miedo a la oscuridad. Todas las noches gastando las lámparas de la pieza. Nunca pudiste tolerar la falta de iluminación, la piel oscura, la sombra escondida. Necesitás la claridad máxima que las pupilas de tus ojos celestes puedan captar en su máxima apertura. Siempre leyendo esos libros de historia de letra pequeñísima, ¡Claro! Jamás pudiste entender como yo leía mis ensayos a media luz, o simplemente con la claridad de la luna,
cuando estaba en el patio, leyendo a oscuras entre las plantas.

Nunca pudiste aceptar tampoco que una lámpara o candelabro o velador tenga un espacio vacío donde falte un foco. Si tenía tres espacios, debían tener todos lámpara que funcione, sino no podías permanecer en la habitación. Yo, por el contrario, alimentaba las penumbras con una linterna chiquita que llevaba dos pilas de las pequeñas, y con eso me bastaba.

¿Y si fuera siempre de día?

Jamás podrías comprender cómo es el hecho de que la luz desaparezca, quizás a manos de demonios terribles que la atrapan cada noche, o tal vez sea que se va para que la extrañemos. Pero siempre le tuvimos miedo a la oscuridad, lo admito.

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz, y se van a oir esos pasos firmes sobre el parquét antes de que gires el picaporte. Y yo acá, con mis auriculares sonando en el piso, apoyado en la ventana cerrada herméticamente. Podría abrirla, dejar que entre un poco de aire. Afuera hay viento y creo que llueve. No sé si los golpes son granizo o las ramas del Paraíso que golpean contra las chapas.

Es como si estuviera ciego. Estar a oscuras es como estar ciego. La oscuridad total marea. Pero si hay oscuridad quiere decir que en algún lugar tiene que haber luz.

Y vos venís de ahí, del velador, de los candelabros, del sol. De todas esas cosas que no nos asustan, quizás porque las vemos muy bien. La oscuridad nos da miedo porque no la conocemos, no sabemos su forma. De todos modos, si tuviéramos una lámpara apagada en medio de la oscuridad no nos daría miedo, porque quizás nunca hubiéramos sabido que estaba ahí.

No sé ni qué hora es, ni cuánto tiempo pasó. Pero se que seguramente vayas a venir.

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz, y voy a escuchar el ruido de la puerta al abrirse, ese ruido finito y horrible que pide a gritos una gota de aceite. La oscuridad siempre me pone alerta, el miedo me pone alerta, perceptivo, puedo ser más sensible y más introspectivo, y quizás lo que más miedo me da es empezar a buscar adentro mío.

Y vos allá, tan superficial en tu mundo de luz, alrededor de miles de millones de cosas que sin embargo nunca pudiste ver. Hay tanta información que no podes concentrarte en ninguna en particular.

De todos modos no me importa ver.

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz y voy a dejar de tener miedo. Voy a sentir el abrazo cálido de un rayo y me va a calmar saber que estoy entero, que sigo acá, que las paredes todavía no se movieron y que el techo sigue siendo un techo. O tal vez me sorprenda porque los colores hayan cambiado, ¡No sé! Hace tanto tiempo que no veo nada...

Y sin embargo todavía no se qué me falta.

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz y vas a ver este desastre, el amontonamiento, el ruido, las rayas, el techo tirado en el suelo, los floreros volando, la cama de pie, los libros pegados en la pecera. No se si el gato seguirá estando, hace tiempo que no estornudo, debe haberse ido.

Se que vas a entrar porque vas a prender la luz, y vas a arruinarlo todo.

sábado, 1 de febrero de 2014

Las Ganas de Conversar

Somos seres sociales, que, valga la redundancia, vivimos en sociedad, eso no hay duda. Estamos constantemente rodeados de gente con la que intercambiamos contacto visual, algunos roces, e incluso algunas palabras en todo momento, ya sea en la calle, en un ascensor o cuando pedimos "un pancho con mostaza porque la mayonesa no me gusta, ah, y ponele papitas" al señor de bigotes de escasa higiene, que con un amor poco ortodoxo encaja la salchicha en medio del pan previamente cortado y procede a cumplir nuestros deseos de aderezos mientras impregna en pocos segundos todos los microbios que puedan saltar de su respiración a nuestra comida.

Nos cruzamos a diario con gente de todo tipo, pero eso no nos hace seres que se sientan contentos de formar parte del tumulto, de ser un grano de arena en medio de la playa. Muchas veces nos enerva y saca lo peor de nosotros. Cuando alguien por algún motivo nos trata mal, nos enojamos, pero cuando nos trata bien, ¡También nos enojamos!.
-¡Hola ! ¡Buen día! ¿Cómo está usted hoy? ¿Me podría dar un pancho por favor? ¡Muchas gracias!
- Sí, tomá.

"¡¿Este pelotudo quién se cree para venir a hacerse el peter pan buena onda acá?!" piensa el vendedor de panchos, que lo que menos quiere es tener un tipo de conversación con un cliente, a menos que sea una mujer exuberante (o no tanto, digamos que por lo menos una mujer con calzas), en donde la situación es totalmente inversa:

- Hola (señor horrible de bigotes antihigiénicos), deme un pancho por favor.
- Sí, ¡cómo no! ¿Sabía usted que los panchos eran alimento de los egipcios, esos que construyeron las pirámides? Es lindo conocer de dónde vienen las cosas que comemos...

Y así la chica, intimidada por las moscas, toma su pancho y se lo lleva a la vereda, tratando de salir lo antes posible para que no le miren el culo el panchero y los cinco obreros que comen sentados en las sillas altas que dan a la barra, llena de papitas.

También nosotros, seres cotidianos que no vendemos panchos, huimos de cualquier oferta de comunicación humana en plena calle. Así son los casos de señoras de avanzada edad (viejas) que en una parada de colectivo nos cuentan que hace cincuenta años esa calle era de tierra y sus hermanos jugaban a la pelota, o el taxista que busca iniciar conversación con un "Parece que se va a larga una..." donde nos pone contra la pared (porque él sabe que nosotros podemos ver las nubes negras sobre nosotros y es el tema de conversación universal) y debemos responder con un "sí, se va a largar con todo". De todos modos, esta gente conoce métodos infalibles para hacer un collage de temas que van desde "qué caro que está todo" hasta "viste la inseguridad que hay", pasando por "vos no te enfermaste? ¡están todos resfriados!".

Ni hablar de las personas molestas (su laburo es ser molestos) que te paran por la calle con alguna promoción de cursos. "¡SECUNDARIO ACELERADO! APROVECHA ESTA PROMO" mirá, tengo barba y estoy más cerca de los treinti que de los veinti. Si no terminé el secundario, más que una promo, gatillame un chumbo en la cabeza. (Chicos, estudien, es el futuro! :) ) O peor aún, LOS VENDEDORES DE PERFUMES, que saben todo tipo de halagos al paso que no ofenden, pero ayudan para que los miren por un segundo mientras te interrumpen el paso. "Che campeón, capo, genio, cómo andás, te puedo comentar una cosita?" y ahí listo, media hora de un monólogo interminable que no se acaba con un "tengo que laburar y estoy llegando tarde", porque aunque sea verdad, es lo que dicen todos, y francamente no les importa.

Y PEOR AÚN las mujeres, que deben tener (y alguna fémina lectora del abismo, que me corrija si me equivoco) varios intentos de conversación por parte de algún masculino de dudosa procedencia, que trata de exceder el clásico piropo al estilo "qué linda parrilla para apoyar mi chorizo" y van al plano de "disculpame, sabés cómo llegar a la calle Cabildo?" y a partir de eso, y a veces con mucha más habilidad que un taxista, sacan una conversación medianamente fluída en la que se les cae, como sin querer, una invitación a tomar algo o su número de celular.

Y así, con tanta interacción, con tanta sociedad que nos explota en la cara, es como nace la misantropía. Es como si de golpe te obligaran a comerte cien milanesas a la napolitana de prepo. Te pudrís.

De esta forma, (seguro a muchos les pasa lo mismo) me dan ganas de encerrarme en una cueva lejos de todos los colectivos, los ascensores, las viejas y los taxistas con ganas de conversar, pero claro, no me voy porque ahí no tendría WiFi, y todos sabemos que internet satelital es una mierda.

¡Feliz odio a todos!


viernes, 24 de enero de 2014

Harapos

Un hombre harapiento, seguido por un olor nauseabundo y varias moscas alrededor, entra a un lujoso restaurante cerca del puerto, una elegante zona iluminada donde los más snob se acercan para comer o tomar un té con magdalenas o croissants.
- Mesa para uno, por favor - dijo el hombre, ante los ojos horrorizados del mozo que lo miraba casi a punto de echarle encima una lata de insecticida o de prender un espiral.
- Disculpe señor, este es un espacio de alto nivel donde no podemos admitir personas con su... vestimenta. -
- Bueno, no hay problema - comentó el hombre de muy buen humor - no pensé que mi ropa iba a ser un problema, pero igualmente tenga este billete de cien por las molestias.-

De su bolsillo harapiento, sacó un billete de cien y se lo colocó al mozo en el bolsillo de su impecable camisa blanca, quien en seguida revisó que fuera real. Lo era. Cuando subió la vista, el hombre estaba casi en la puerta de salida. El mozo, sorprendido, lo interceptó y le pidió disculpas por el "mal entendido", y me informó que se había desocupado una mesa recientemente, mientras repetía que todo había sido una confusión y que no dudó jamás de su categoría.

El mozo explicó la situación a sus compañeros, alegando que se trataba de uno de esos millonarios excéntricos que gustan probar los zapatos de los pobres. Todos lo trataron con mucho respeto y cordialidad, como a cualquier otro cliente de ese lujoso restaurante, aguantando incluso el mal olor que emanaba el extraño comensal.

Luego de devorar la entrada, levantó su mano llamando al mozo y pidió un abundante y exótico plato principal, que ocupaba toda la mesa, junto con una botella de vino, esta vez blanco.

Terminada la comida y el postre y ante la mirada aún sorprendida del personal, el hombre retira la servilleta de sus rodillas, bebe lo último de su copa y camina lentamente hacia la salida. El mozo lo detiene y le extiende un papel con una cifra de cuatro dígitos, el hombre lo toma, ríe y le dice:
- ¡No se moleste! Yo sólo tenía cien pesos que había encontrado, ¡pero gracias por todo!.

Y se llevó sus moscas fuera del lujoso restaurante.

jueves, 16 de enero de 2014

Epidemia

Doctor, tengo un grave problema. Resulta que anteayer iba caminando por la plaza, la que está cerca de la iglesia y eran casi las tres de la tarde, porque recuerdo las tres campanadas. La cosa es que yo volvía del almacén, de comprar jugos de naranja en polvo que tanto gustan a mi esposa, cuando me topé con el carnicero que estaba en la puerta de su negocio descargando unas medias reses, cuando nos pusimos a charlar y me contó que andaba medio mal y que no pudo dormir en toda la noche.

Acto seguido, suspiró y se estiró, largando al aire un bostezo que instantáneamente se me contagió. Pensé que iba a ser algo inofensivo, pero caminando de vuelta a casa me encontré a doña Emilce, y le conté lo que acaba de ocurrir, mientras se me vino a la cara un bostezo, y ella también bostezó, contagiada.

Llegué a casa y a la hora de dormir, acostado con los ojos abiertos, no pude dejar de pensar en bocanadas de aire profundo, cálido, entrando y saliendo de mí como fuego, como agua hirviendo, como un río de sal. De ahí el sofocamiento, calores, transpiración. La almohada dejó de ser cómoda, me movía. Hacía frío, calor, frío, más frío y mucho calor. Los ojos, rojos, se llenaron de arena. No podía cerrarlos o dejarlos abiertos. En las ojeras se acumulaba el sudor y caía por mis mejillas peor que lágrimas.

¡Vi el amanecer! Me levanté, bostezaba todo el tiempo. Maldije muchas veces, me senté, paré y caminé por toda la casa. El canto finito de los primeros pájaros era insoportable. Tomé un té de tilo para relajarme y no paraba de bostezar.

Mis pulmones se expandían y contraían más que un fuelle y yo, en el limbo de no saber qué hacer. Por eso, apenas fueron las nueve, nueve y cuarto, me vestí y vine a consultarlo.

Lo peor de todo es que cuando salía de casa, pasó por la vereda doña Emilce con una cara horrible, y me contó que ella tampoco pudo dormir y estaba dele bostezar.

Y PEOR que eso, mientras venía a paso ligero creo haber contagiado a tres personas más. ¡Una de ellas era una niña que jugaba en la plaza! ¡Soy un monstruo, doctor! ¿Qué debo hacer?

- Cálmese, creo que usted necesita relajarse - afirmó calmado el doctor, completo de seguridad y un tanto inquieto por la extraña consulta por un simple bostezo. - Esta noche vea algo de televisión y luego concéntrese en dormir.

El paciente dio un gran bostezo, apretó la mano del médico y se fue. Al cerrar la puerta el médico abrió sus fauces tomando mucho aire, dando lugar a un bostezo propio. Acto seguido, continuó atendiendo a los demás pacientes que esperaban en la pequeña recepción.

Dos días más tarde, la secretaria deja una carta del paciente en el escritorio del médico, que llegó tarde ese día. Al abrirlo, con el ambo arrugado, las manos temblorosas y la respiración agitada, se quitó los anteojos para leer mejor, descubriendo dos ojos rojos que leían: "¡Gracias doctor! Espero no verlo nunca más."

El médico dejó la carta sobre el escritorio, llevó la mano a boca para cubrir un gran bostezo que duró unos segundos y, con el pulso temblando y las ojeras negras, pidió a la secretaria que le envíe al primer paciente del día.

domingo, 5 de enero de 2014

Acá no hay un precipicio

En un pueblo tranquilo bastante lejos de cualquier ciudad de calles atolondradas y gente a las corridas, una noche, algún bromista, quizás un adolescente para impresionar a sus amigos, quizás alguien lleno de maldad o simplemente una persona aburrida, clavó un cartel justo antes del puente caído, que durante los primeros años de fundación del pueblo conectaba el lado norte y sur del mismo, hasta que por un fuerte vendaval, varios años más tarde, cayó y fue reemplazado por un puente más moderno, de hierro largos bulones rojos que, inmóviles, daban más seguridad que aquel pequeño y rústico puente de madera agusanada.

La cosa es que, durante la mencionada mañana y para sorpresa de todos, apareció el cartel justo un metro antes del peligroso risco que antes era sobrevolado por maderas que decía "acá no hay un precipicio".

La gente comenzó a divagar y a susurrar cada vez más fuerte, y cada uno exponía su argumento de forma más violenta y enérgica que el anterior. "¡Pero claramente vemos que hay un precipicio!" decía una mujer agitando su brazo. "¿Entonces el cartel está mintiendo?" decía otro en respuesta, dudando con su mano en el mentón. El pueblo entero se juntó donde el cartel para poder disolver el enigma.

"Lo único claro acá es que el cartel es de verdad" dijo el carpintero tocando la madera, asegurando con su experiencia. Un viejo hombre para demostrar que el cartel no tenía razón, en medio de una cálida discusión con otro vecino, saltó por el acantilado para demostrar su punto. Cayó violentamente hasta que reventó contra las rocas del fondo, unos treinta metros más abajo.

Todos se miraron. Hubo un silencio de algunos segundos. Un hombre grande lo rompió "pero el cartel dice que no hay un precipicio...", gritos, discusión, todo de nuevo.

Entonces, se organizaron y dividieron armando dos grupos: Quienes creían al cartel, y quienes no creían al cartel. Cada uno, organizadamente, fue exponiendo sus argumentos a la escucha de los demás, algunos asintiendo y otros negando y maldiciendo.

En medio de todo el alboroto, una niña pequeña se acercó al cartel y lo leyó dificultosamente con su aguda voz: "Acá no hay un precipicio", y comentó a repetir la frase mientras caminaba hacia adelante. "Acá no hay un precipicio, acá no hay un precipicio, Acá no hay un precipicio". De golpe, todos dejaron de discutir y se fueron dando vuelta de a poco para ver a la niña, que caminaba sobre el aire mientras repetía "Acá no hay un precipicio".

La infante, con sus diminutos brazos extendidos hacia los lados repetía "Acá no hay un precipicio" mientras caminaba simpáticamente por el aire.

Una señora, aterrada, rompió el silencio con un grito de advertencia para la niña, que miró hacia atrás. Luego, miró hacia abajo y se quedó helada. Un segundo después, la fueza de gravedad la abdujo, y la pequeña cayó hasta el fondo, decorando algunas piedras con partes de tu cuerpo, desparramadas por ahí.

Al día siguiente, llamaron miles de camiones con escombros y tierra y rellenaron todo el hueco.

Curiosamente, al despertar, los ciudadanos de ese pequeño pueblo despertaron y advirtieron otro cartel en el mismo lugar del anterior, que decía "Acá no hubo un precipicio".

Por las dudas, nadie caminó jamás sobre la recién colocada tierra de relleno.