martes, 1 de abril de 2014

Retomar

"Volver con la frente marchita" murmura un tango en una radio destruída que escucha el portero de donde trabajas, que entredormido te saluda bostezando cuando, vos también en plena bocanada de aire (no podría decirse con exactitud quién contagió el bostezo a quién) levantás la mano sin emitir palabra, te acomodás la camisa que obviamente jamás planchaste, y vas a esperar el ascensor para lo que será un nuevo año de oportunidades (tormentos) que acaba de comenzar.

Las vacaciones son como una inyección de libertad que nos meten en la piel por lo general entre enero y febrero (hay quienes las tienen más adelante, pero vamos a hacer hincapié en las tradicionales vacaciones de verano), que entre la cosa con amigos, los viajes de mochilero a lugares desolados y esas mañanas (porque cuando uno está de viaje inexplicablemente se levanta a la mañana) en el bolsón llena de hippies se van desvaneciendo, y nos golpea el adoquín de la verdad: Las vacaciones terminaron, hola rutina, hola sobredosis de café, hola jefe, hola a la gente que no queremos saludar, hola vida de persona grande.

Así entonces, con lo que queda de nuestro hígado nos sentamos en el escritorio a pensar en lo que hicimos (porque suena como castigo y tal vez lo sea) en las vacaciones: Despertarse para merendar, acostarse después de desayunar, salir todos (TODOS) los días a algún bar, conocer gente nueva, andar por ahí como vagabundo (o sintiéndose uno).

La rutina no sólo viene acompañada de trabajo, claro, sino de cierta organización en la vida EN BASE a la vida laboral. No salir los días de semana (o salir y bancarse las consecuencias), no beber durante la semana (o bancarse las consecuencias), no quedarse en casa viendo nuestra serie favorita hasta las cinco de la mañana (o bancarse las consecuencias). Se como sea, estamos pendientes de todoloquepuedellegarapasarsi... y como a muchos poetas de la rutina les encanta decir, "nos van cortando las alas", pero pluma a pluma, para que duela. Y duele.

Quienes tienen, además de sus vidas, el cuidado de otras como (podríamos hablar de mujeres mantenidas o suegras, pero vamos a concentrarnos en) hijos, todo esto implica no solo adaptarse a los propios horarios, sino combinarlos con el de esta otra persona y hacer que cada día sea una rigurosa carrera contra el tiempo. Quienes tengan niños pequeños que vayan al jardín o primaria, sabrán que hay que desayunar/vestir/llevar al colegio en tiempo récord, y que aún así esto nos de el espacio necesario para llegar al trabajo y no perder el presentismo (quienes luchas por él) o no aguantar los primeros veinte minutos de la jornada un discurso sobre la moral, las buenas costumbres, el horario y el planchado de la camisa.

¡Pero no todo está perdido! Aún quedan los fines de semana y varios feriados donde volver a inyectarnos esa sensación de vacaciones (aunque en dosis más cortas, condensadas y explosivas) para poder calcular "bueno, si descono el viernes, paso todo el sábado en cama hasta la noche, vuelvo a salir y el domingo fisuro todo el día" y tratar de no morir en el intento, ante tan delicada sincronización etílica.

De todos modos, no hay que preocuparse. Entrar en la rutina no es tan malo, podemos reconfortarnos por el simple hecho de saber que hay personas que se toman vacaciones en Septiembre y vienen sufriendo esto desde mucho antes que nosotros, así que brindemos por lo viernes, por los feriados puente y por esos martes, miércoles o jueves en buena compañía que instantáneamente se transforman en sábados sin que nos importen las consecuencias de la mañana siguiente, ni las arrugas de la camisa, y seguimos inmersos en la rutina a la que nos acostumbran, pensando en que lo único que queremos retomar, son las vacaciones.
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Publicado en Marzo de 2014 para Clap! Revista

2 comentarios:

José A. García dijo...

Maldito capitalismo... ¿para qué necesitamos trabajar? Para tener el nuevo celular...

Saludos

J.

Unknown dijo...

Jose: Creo que trabajamos para que el celular nos tenga a nosotros...