sábado, 1 de febrero de 2014

Las Ganas de Conversar

Somos seres sociales, que, valga la redundancia, vivimos en sociedad, eso no hay duda. Estamos constantemente rodeados de gente con la que intercambiamos contacto visual, algunos roces, e incluso algunas palabras en todo momento, ya sea en la calle, en un ascensor o cuando pedimos "un pancho con mostaza porque la mayonesa no me gusta, ah, y ponele papitas" al señor de bigotes de escasa higiene, que con un amor poco ortodoxo encaja la salchicha en medio del pan previamente cortado y procede a cumplir nuestros deseos de aderezos mientras impregna en pocos segundos todos los microbios que puedan saltar de su respiración a nuestra comida.

Nos cruzamos a diario con gente de todo tipo, pero eso no nos hace seres que se sientan contentos de formar parte del tumulto, de ser un grano de arena en medio de la playa. Muchas veces nos enerva y saca lo peor de nosotros. Cuando alguien por algún motivo nos trata mal, nos enojamos, pero cuando nos trata bien, ¡También nos enojamos!.
-¡Hola ! ¡Buen día! ¿Cómo está usted hoy? ¿Me podría dar un pancho por favor? ¡Muchas gracias!
- Sí, tomá.

"¡¿Este pelotudo quién se cree para venir a hacerse el peter pan buena onda acá?!" piensa el vendedor de panchos, que lo que menos quiere es tener un tipo de conversación con un cliente, a menos que sea una mujer exuberante (o no tanto, digamos que por lo menos una mujer con calzas), en donde la situación es totalmente inversa:

- Hola (señor horrible de bigotes antihigiénicos), deme un pancho por favor.
- Sí, ¡cómo no! ¿Sabía usted que los panchos eran alimento de los egipcios, esos que construyeron las pirámides? Es lindo conocer de dónde vienen las cosas que comemos...

Y así la chica, intimidada por las moscas, toma su pancho y se lo lleva a la vereda, tratando de salir lo antes posible para que no le miren el culo el panchero y los cinco obreros que comen sentados en las sillas altas que dan a la barra, llena de papitas.

También nosotros, seres cotidianos que no vendemos panchos, huimos de cualquier oferta de comunicación humana en plena calle. Así son los casos de señoras de avanzada edad (viejas) que en una parada de colectivo nos cuentan que hace cincuenta años esa calle era de tierra y sus hermanos jugaban a la pelota, o el taxista que busca iniciar conversación con un "Parece que se va a larga una..." donde nos pone contra la pared (porque él sabe que nosotros podemos ver las nubes negras sobre nosotros y es el tema de conversación universal) y debemos responder con un "sí, se va a largar con todo". De todos modos, esta gente conoce métodos infalibles para hacer un collage de temas que van desde "qué caro que está todo" hasta "viste la inseguridad que hay", pasando por "vos no te enfermaste? ¡están todos resfriados!".

Ni hablar de las personas molestas (su laburo es ser molestos) que te paran por la calle con alguna promoción de cursos. "¡SECUNDARIO ACELERADO! APROVECHA ESTA PROMO" mirá, tengo barba y estoy más cerca de los treinti que de los veinti. Si no terminé el secundario, más que una promo, gatillame un chumbo en la cabeza. (Chicos, estudien, es el futuro! :) ) O peor aún, LOS VENDEDORES DE PERFUMES, que saben todo tipo de halagos al paso que no ofenden, pero ayudan para que los miren por un segundo mientras te interrumpen el paso. "Che campeón, capo, genio, cómo andás, te puedo comentar una cosita?" y ahí listo, media hora de un monólogo interminable que no se acaba con un "tengo que laburar y estoy llegando tarde", porque aunque sea verdad, es lo que dicen todos, y francamente no les importa.

Y PEOR AÚN las mujeres, que deben tener (y alguna fémina lectora del abismo, que me corrija si me equivoco) varios intentos de conversación por parte de algún masculino de dudosa procedencia, que trata de exceder el clásico piropo al estilo "qué linda parrilla para apoyar mi chorizo" y van al plano de "disculpame, sabés cómo llegar a la calle Cabildo?" y a partir de eso, y a veces con mucha más habilidad que un taxista, sacan una conversación medianamente fluída en la que se les cae, como sin querer, una invitación a tomar algo o su número de celular.

Y así, con tanta interacción, con tanta sociedad que nos explota en la cara, es como nace la misantropía. Es como si de golpe te obligaran a comerte cien milanesas a la napolitana de prepo. Te pudrís.

De esta forma, (seguro a muchos les pasa lo mismo) me dan ganas de encerrarme en una cueva lejos de todos los colectivos, los ascensores, las viejas y los taxistas con ganas de conversar, pero claro, no me voy porque ahí no tendría WiFi, y todos sabemos que internet satelital es una mierda.

¡Feliz odio a todos!