martes, 22 de abril de 2014

Por Las Dudas

Vinieron a mi casa riéndose, trayendo cinco fajos de billetes de cien dólares que tiraron sobre la mesa al entrar. Sorprendido los miré. "Son falsos", me dijeron, "los acabamos de comprar en una casa de bromas", y rompieron a reír a caracajadas.

"Muy gracioso..." dije mientras agarraba uno. Eran totalmente idénticos, se sentían igual a tacto y lo único que los diferenciaba de un billete común, a simple vista, era una leyenda que debajo del valor, decía "Billete falso, no válido para uso comercial".

Me dijeron que los tire, que ya habían cumplido su misión de sorprenderme. Los puse en una bolsa que llevé al tacho de basura, pero antes de tirarlos, los guardé en una de las puertitas del aparador de arriba.

Por las dudas.

miércoles, 16 de abril de 2014

Enredarse con lo Inalámbrico

Se levantaba todas las mañanas sabiendo que su día iba a ser una aventura impredecible. No por su trabajo en la fábrica de cartón, ni por su esposa, Elba, que atendía una librería a unas cuadras de casa, sino por su superpoder. No, no volaba, ni se teletransportaba, ni hablaba con animales, ni era súper inteligente. Su superpoder era palpar los datos que flotaban en el espacio, desde descargas que los vecinos hacían por WiFi, hasta ondas de la televisión satelital.

Entonces, era común que saltara por su ventana del noveno piso y cayera sobre un mp3 que lo llevara a planta baja, o que se tropezara con el noticiero de las doce cuando iba a comer. Una vez, mientras corría, casí le saca un ojo la discografía completa de Led Zeppelin que venía de frente, que un chico en la plaza estaba descargando con su tablet.

Entre tanta información que volaba a su alrededor, una vez se quedó atónito. Escuchó voces, se sintió atraído, pero no atraído para irse siguiéndolas, sino para quedarse inmóvil para no perderlas.

Se tropezó un poco, pero logró, después de un rato de probar posiciones en el lugar, volver a captarlas. Era una radio zonal, independiente, que le llamó mucho la atención. Ese día se quedó inmóvil dos horas, escuchando, mientras la gente que pasaba lo miraba extrañada. Una casualidad, como suele pasar, hizo que el viento le robara su sombrero -porque no dijimos que este era un hombre que vestía con estilo- y lo tirara al piso, a sus pies. Quieto, miraba con sus ojos para abajo sin mover la cabeza, al sombrero, como gritándole que vuelva, pero obviamente los sombreros no interpretan el significado de nuestras palabras, y nosotros no conocemos su idioma, así que ni se inmutó.

Al rato, una señora algo mayor que pasaba dejó una moneda dentro del sombrero del hombre, lo miró y sonrió. Ese mismo día, el hombre renunció a su trabajo y todos los días volvió a esa misma esquina, a la misma posición para poder escuchar esa misma radio que tanto le había gustado, con el sombrero -que seguía sin hablar castellano- a sus pies, donde trabaja actualmente como estatua viviente, disfrutando siempre de la compañía de su radio preferida, que le hizo olvidar todas las películas pesadas que le caían encima mientras esperaba el colectivo a la mañana, todas las novelas de la tarde que le hacían cosquillas en los pies, y todos los remixes de temas de Madonna que le taladraban los oídos.

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Dedicado a la gente de La Fribuay

martes, 1 de abril de 2014

Retomar

"Volver con la frente marchita" murmura un tango en una radio destruída que escucha el portero de donde trabajas, que entredormido te saluda bostezando cuando, vos también en plena bocanada de aire (no podría decirse con exactitud quién contagió el bostezo a quién) levantás la mano sin emitir palabra, te acomodás la camisa que obviamente jamás planchaste, y vas a esperar el ascensor para lo que será un nuevo año de oportunidades (tormentos) que acaba de comenzar.

Las vacaciones son como una inyección de libertad que nos meten en la piel por lo general entre enero y febrero (hay quienes las tienen más adelante, pero vamos a hacer hincapié en las tradicionales vacaciones de verano), que entre la cosa con amigos, los viajes de mochilero a lugares desolados y esas mañanas (porque cuando uno está de viaje inexplicablemente se levanta a la mañana) en el bolsón llena de hippies se van desvaneciendo, y nos golpea el adoquín de la verdad: Las vacaciones terminaron, hola rutina, hola sobredosis de café, hola jefe, hola a la gente que no queremos saludar, hola vida de persona grande.

Así entonces, con lo que queda de nuestro hígado nos sentamos en el escritorio a pensar en lo que hicimos (porque suena como castigo y tal vez lo sea) en las vacaciones: Despertarse para merendar, acostarse después de desayunar, salir todos (TODOS) los días a algún bar, conocer gente nueva, andar por ahí como vagabundo (o sintiéndose uno).

La rutina no sólo viene acompañada de trabajo, claro, sino de cierta organización en la vida EN BASE a la vida laboral. No salir los días de semana (o salir y bancarse las consecuencias), no beber durante la semana (o bancarse las consecuencias), no quedarse en casa viendo nuestra serie favorita hasta las cinco de la mañana (o bancarse las consecuencias). Se como sea, estamos pendientes de todoloquepuedellegarapasarsi... y como a muchos poetas de la rutina les encanta decir, "nos van cortando las alas", pero pluma a pluma, para que duela. Y duele.

Quienes tienen, además de sus vidas, el cuidado de otras como (podríamos hablar de mujeres mantenidas o suegras, pero vamos a concentrarnos en) hijos, todo esto implica no solo adaptarse a los propios horarios, sino combinarlos con el de esta otra persona y hacer que cada día sea una rigurosa carrera contra el tiempo. Quienes tengan niños pequeños que vayan al jardín o primaria, sabrán que hay que desayunar/vestir/llevar al colegio en tiempo récord, y que aún así esto nos de el espacio necesario para llegar al trabajo y no perder el presentismo (quienes luchas por él) o no aguantar los primeros veinte minutos de la jornada un discurso sobre la moral, las buenas costumbres, el horario y el planchado de la camisa.

¡Pero no todo está perdido! Aún quedan los fines de semana y varios feriados donde volver a inyectarnos esa sensación de vacaciones (aunque en dosis más cortas, condensadas y explosivas) para poder calcular "bueno, si descono el viernes, paso todo el sábado en cama hasta la noche, vuelvo a salir y el domingo fisuro todo el día" y tratar de no morir en el intento, ante tan delicada sincronización etílica.

De todos modos, no hay que preocuparse. Entrar en la rutina no es tan malo, podemos reconfortarnos por el simple hecho de saber que hay personas que se toman vacaciones en Septiembre y vienen sufriendo esto desde mucho antes que nosotros, así que brindemos por lo viernes, por los feriados puente y por esos martes, miércoles o jueves en buena compañía que instantáneamente se transforman en sábados sin que nos importen las consecuencias de la mañana siguiente, ni las arrugas de la camisa, y seguimos inmersos en la rutina a la que nos acostumbran, pensando en que lo único que queremos retomar, son las vacaciones.
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Publicado en Marzo de 2014 para Clap! Revista