martes, 31 de marzo de 2015

El Rincón

Se dice que hay un rincón de cada casa del que nadie vuelve, del que sólo se escuchan sombras caminar por el aire. Un lugar donde los perros nunca huelen, donde las moscas nunca se posan. Es un sitio recóndito, secreto que los arquitectos guardan celosamente, y que aquellos que pertenecen a la cofradía protegen con su vida, así tengan que tragar veinte cucharadas de cal antes de morir.

Es una esquina, o una ochava, o una especie de zigzag, siempre a la vista de todos, pero al pasar de nadie, justo donde nunca da la luz. Tan pequeño que nadie puede esconderse, pero nunca pasa desapercibido.

Lo vemos siempre, pero no sabemos. No sabemos que lo vemos siempre. Y esa es la razón del secreto. Es un rincón tan común del que nadie sospecharía, pero cuando se descubre, la gravedad pierde sentido, los floreros se secan, las hojas se transforman en polillas y las cortinas salen despavoridas.

Es el punto justo donde el feng shui y la conexión astral perpetuan, donde el ying y el yang son uno solo. Y tan fácil es hacerlo, y tan fácil destruirlo, que ni las arañas tejen en sus límites.

El tema es complicado, puesto que si uno, sin saber, introduce su cabeza en esa esquina, esa ochava, o ese zigzag, es posible que se devuelva como un monstruo, como una escultura del siglo XV o como nada, siendo la nada misma su existencia, siendo que no sería más.

Y es por eso que tamaña energía es el secreto más escondido de quienes estructuran paredes, de quienes levantan vigas y quienes en pura coordinación silenciosa levantan las esquinas, las ochavas y los zigzags con más poder en el universo.

jueves, 12 de marzo de 2015

La Copa Molida

Después del maravilloso espectáculo que había presenciado esa tarde, esperé sentado en mi mesa hasta que todo el público se había ido. Me quedé incluso después de que las meseras salían del baño con su ropa de civil, apuradas para tomar el último colectivo.

Me quedé hasta que salió él, alto, bien vestido, sonriente y con una pequeña mochila en uno de sus hombros.

Me levanté, le di la mano mientras le comentaba que me había encantado su función: La humildad, la gracia, el show, todo había sido espléndido. Sonrió mirándome a los ojos y agradeció con amabilidad cada una de mis palabras.

Tras dar un paso para alejarse de mi, no pude contenerme y le confesé que quería aprender.

"¿Aprender?" Me dijo. "Sí, quiero que me enseñe a ser mago, ilusionista, quiero incorporar su gracia, su talento, y tal vez en algún momento, si es que soy bueno, poder montar mi propio show en la ciudad donde nací, o incluso si usted lo permite y lo concede, formar parte del suyo".

Al principio se nego, pero ante mi insistencia no le quedó más opción que darme su tarjeta para que lo dejara ir.

La primer clase fue intensa, puros entrenamientos casi físicos, de manos, movimientos de muñeca, expresiones faciales, y tardamos casi un mes en que accediera -aunque yo estaba ansioso desde el primer día- a mostrarme uno de sus trucos.

"¿Cuál te gustaría aprender?", me dijo con un tono amable, pero firme. "Siempre me llamó la atención cuando usted muerde esa copa de vidrio con su boca. ¿Es una copa real?" - "Así es, es real, pero no creo que estés preparado para ese truco". De nuevo, insistí casi hasta no dejarle opción. Accedió.

La copa, normal, traslúcida, hermosa, fría. La tuve en mis manos. "El secreto es morder la copa sin que el vidrio se astille hacia arriba, haciendo fuerza con la mandíbula inferior, luego moliendo cuidadosamente el vidrio con las muelas, guardando la mitad en uno de los cachetes, y la otra mitad tragándolo lentamente y en porciones muy pequeñas, casi ínfimas".

Lo hice al pie de la letra, él iba atentamente siguiendo mi cuidadoso manejo de la copa. Al tragar el polvo de vidrio que mis muelas habían destrozado, empecé a asfixiarme, me dolía todo, me picaba el cuello, me ardía el estómago.

Caí al piso agarrándome el cuello, y él, parado al lado mío totalmente firme, lanzó una sutil carcajada al aire mientras murmuró "Un mago nunca revela sus trucos".

martes, 3 de marzo de 2015

Siempre Todo es lo Mismo

Siempre lo mismo, los mismos lugares, la misma gente. Se había cansado de pasar siempre y ver lo mismo, aquella señora que a punto de cruzar la calle siempre se le volaba el paraguas, aquel atardecer que contemplaba todos los días antes de irse a dormir, los pájaros cantando siempre sobre el mismo árbol anaranjado por el otoño.

A la mañana, siempre la misma montaña con nubes, hermosa, pero siempre la misma. ¿No podría correrse de lugar, o por un día mostrarse sin nubes? ¿No podrían esos patos del estanque convertirse en cisnes, en perros o en elefantes y hacer algo distinto?

Hasta que una tarde, cansado de pasar una y otra y otra vez por lo mismo, lo mismo de lo mismo, y ver siempre lo mismo, se decidió y por primera vez en treinta años, cambió todos los cuadros de las paredes de su casa.