martes, 24 de diciembre de 2013

El Pan de Troya

Navidad, supuestamente es una época de paz, respeto, amor y tolerancia, donde se promueven los mejores sentimientos de uno hacia las demás personas. Se trata de pensar en el otro, de compartir y de dejar atrás todas aquellas cosas que nos molestan, para dar lugar a una celebración en conjunto.

Eso, hasta que comenzamos a dejar de tolerar de forma muy cortés todas esas cosas que no nos gustan, y que nos irritan, y que muchas veces pueden materializarse en forma de Pan Dulce. Si, el Pan Dulce es el caballo de Troya de la Navidad, llevando dentro suyo un mar de desentendidos, de problemas y enojos que nos hacen caer en la realidad: No hay momentos de paz, sólo la calma antes del huracán.

Es prácticamente imposible que en una mesa familiar, que en promedio ronda las diez personas de distintas edades, gustos, e incluso que sólo se ven para este tipo de eventos, coincida en la unánime elección del pan dulce. Están los que odian con todo su ser la fruta abrillantada, despreciando aquellas piezas que las contengan. Los más excéntricos se quejarán de un pan dulce sin ellas, alegando que no tiene gracia y que esperó todo un año para comer su pan dulce favorito: El que tiene de todo.

También encontramos gente más detallista, que le gusta la fruta abrillantada o seca en general, pero ODIA las que son de color verde, entonces recurre a un minucioso proceso de selección y filtro a través del cual pone en una servilleta los pedacitos rechazados (e incluso pedacitos de miga afectadas por el mismo color). Gol para el fanático de las frutitas verdes.

Existen los que se deprimen (por lo general son mujeres, pero vamos a meter a todos dentro de la misma bolsa para no herir susceptibilidades) si el pan no tiene un recubrimiento de unos 5cm de chocolate, colmado de algunas cerezas naturales, frutillas u otra fruta decorativa que trate de disimular la pesadez del pan en sí. Por lo general, estas personas son las que mueren si no tienen su dosis de chocolate cada quince minutos, y abusan sin piedad de los confites y turrones, e incluso llegan a comprar gruesas barras de chocolate que esconden del resto de la familia, para disfrutarlas en soledad durante el festejo, ocultas del resto de la concurrencia.

Casi como los descritos anteriormente son los marmolados, en cuya estructura interna encontramos una miga pesadísima, tan solo superada por la cobertura de chocolate que la precede, cuyo grosor podría proteger a su parte interna de un ataque nuclear.

De toda esta variedad surgen discusiones como "vos ya sabés que no me gusta la frutita abrillantada..." a lo que uno responde "¿Vos te pensás que me acuerdo de eso? ¡Hace un año que no nos vemos y querés que me acuerde de la fruta abrillantada!?" e inmediatamente el festejo comienza con roces, con gente refunfuñando, y con la adicta al chocolate, pálida en un rincón, en cuclillas, inclinándose hacia atrás y adelante susurrando "ese pan dulce no tenía nada... ¡Ni un chip de chocolate!... era como morder cartón..." y así pasa el resto de la noche.

La gente mayor que por lo general trata de poner orden y afirma que en su época existía un sólo pan dulce, y era el que cocinaba la abuela, y si uno no lo comía, la abuela agarraba un sapín y mejor que corras porque lo ibas a tener de sombrero hasta la navidad que viene. Igualmente nadie lo escucha, porque quienes no se encuentran discutiendo acerca de sus gustos en la materia de panes dulces, se encuentran hipnotizados con el celular, enviando mensajes del tipo "Te saludo ahora porque cuando sean las doce colapsa todo y no te voy a poder mandar" (y son las ocho de la noche recién).

Los más ahorradores, justifican que compraron el pan más básico porque los demás están muy caros y no vale la pena gastar plata en algo así, cuando se da cuenta que la dueña de casa -fanática de aquellos panes dulces que atentan contra la integridad hepática por sobredosis de chocolate- está usando esa masa dura e incomible (pero con olorcito a navidad) de tope de puerta, y que el perro ya le dio unos cuantos mordiscos, pero lo abandonó por insípido.

Alguien se anima a hacer uno con sus propias manos, y obliga a todo el mundo a probarlo. Extrañamente, después de probar un bocado y al intentar tragarlo, los comensales buscan desesperadamente una fuente de agua, jugo o kerosen, lo que tengan más a mano, mientras hacen con el buche lleno y el pulgar hacia arriba, una dura sonrisa de "está buenísimo, pero no te hubieras molestado", al tiempo que se van coloreando de violeta lentamente por la asfixia.

De todos modos, nadie se anima a discutir plenamente sobre el pan dulce que compró el otro, pero sí se generan leves discusiones "simpáticas" que dan lugar a algunas caras no muy felices y a pequeñas asperezas, que luego, como una pequeña bola de nieve, van creciendo y buscan cualquier otra excusa para explotar.