miércoles, 16 de enero de 2013

La Barrera del Sonido


Salió del trabajo tarde, para variar, y fue directo a la parada del colectivo. Era de noche, y las luces se tambaleaban por el viento que las acunaba, haciendo bailar las sombras de los carteles apagados de los negocios.

En la parada, estaba ella, con sus eternos auriculares. Él nunca había podido averiguar su nombre, su edad, ni había podido entablar una conversación. Era muy tímido, pero algo dentro suyo le hacía sentir que era la mujer de su vida. Ya le gustaba físicamente, pero por sus gestos y sus muecas, podía lanzarse a adivinar que también iba a gustarle su costado emocional y todo el resto.

Parado atrás de ella, buscó y buscó dentro de sí las fuerzas para decirle las primeras palabras, después de varios meses de cruzarse en la misma parada a la misma hora todos los días.

"El no ya lo tengo", pensaba él, autoanimándose. "Pero si quedo mal la voy a ver todos los días", volvía a pensar, autodesanimándose. Entre la lucha interna que se llevaba a cabo entre la timidez y el amor, se discutían temas como "qué decir", "qué pasaría si...", "qué pasaría si no...", "cuándo, dónde, cómo y porqué", "¿Dónde la invito?", y muchos otros tópicos que lo lastimaban de sólo pensarlo.

Después de unos minutos de debatir para sus adentros, la timidez fue vencida, y él, con la piel de gallina, levantó su mano y le dijo firmemente "Disculpame, nos vemos siempre en esta misma parada y me parecés muy interesante, quisiera que..." al instante que el colectivo abría su puerta y ella subía sin haber notado la guerra ni el acto de valentía que había sucedido a sus espaldas, al tiempo que sonaba a todo volumen algún tema de The Cure en sus auriculares.