jueves, 14 de marzo de 2013

El Lugar Feliz (Parte II)


(Escenas del capítulo anterior, click acá)
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II

La cena de ese día fue lenta. Me tocaba ayudar en la cocina cortando verduras, poniendo la mesa y sirviendo los platos. Apenas pude comer. Tenía intriga de todo. De mis padres, de por qué era tan difícil salir afuera a pesar que decían lo contrario, de ver el mundo, de explorar... así que mientras todos conversaban yo me hundía más y más en pensamientos, preguntas que me autorespondía, las pensaba nuevamente, refutaba todo lo que acababa de afirmar y empezaba de nuevo. Así fue como llegó la noche, y mientras hacíamos las camas, hablé con Sergio, el mejor amigo que tuve, el único ser humano en el que confié toda mi vida plenamente. Mientras las sábanas se extendían, le pregunté:
- Sergio... ¿vos estás bien acá adentro?
- ¡Claro! La habitación es genial... tenemos luz del sol de día...
- ¡No, no la habitación en sí! Este lugar... el orfanato...
- ¡Sí! Cómo no vamos a estar bien si nos salvaron de estar allá afuera, donde hay tantas cosas horribles.
- ¿Y nunca te preguntaste cómo es allá afuera?
- No hace falta... con todo lo que nos dijeron... Gente que te quita tus cosas, que te lastima, accidentes, multitudes apuradas, mal humor, violencia... prefiero quedarme acá y estar seguro.
- ¿Y nunca te dio intriga?
- Me saco las dudas con todo lo que me cuentan, y realmente no tengo ningún motivo para salir de acá... ¡si estamos bien!
- Y si hubiera alguna razón, una sola, para intentar salir... ¿lo harías?
- No creo... me gusta mucho este lugar.
- Yo encontré mi razón. Y quiero salir de acá.
Discutimos un rato, porque Sergio afirmaba que ese era el mejor lugar para quedarse, mientras que yo sostenía que valía la pena arriesgarse a salir para conocer a mis padres.

A pesar que no estaba de acuerdo conmigo, Sergio se ofreció a ayudarme. Nos quedamos un rato, sentados en la cama, ideando un plan en voz baja para que el personal del orfanato no nos escuchara. La idea era simple: Esa misma noche, cuando todos duerman, nos colaríamos en la cocina. Llenaría la mochila de agua, algunas frutas y comida, y luego un abrigo. Después, Sergio vigilaría que todos estén en sus habitaciones mientras yo robaba las llaves de la puerta principal y escapaba, dejando la llave del lado de afuera. Una vez fuera, Sergio cerraría la puerta desde adentro y volvería a poner la  llave en su sitio, para luego volver a dormir.

Entonces esperamos. Las luces no brillaban más, el silencio recorría los pasillos que se veían un poco más lúgubres y aún más largos por la oscuridad que luchaba contra la luz de la luna. Salimos al corredor, y empezamos. Nos separamos, mientras yo juntaba comida, mirando hacia afuera por el gran ventanal, sabiendo que pronto vería esta misma imagen, pero desde el otro lado del vidrio, Sergio vigilaba desde el baño, el único lugar poco sospechoso para permanecer a esa hora. Luego, salí y entré a la oficina, una pequeña habitación con cuadros viejos, una planta alta medio seca y un escritorio tradicional con papeles y algunos cajones. Empecé a revisar en los cajones buscando la llave, cuando escuché pasos en el pasillo. Me quedé quieto, inmóvil, bajo el escritorio. Los pasos se detuvieron justo en la puerta, oí murmullos y el picaporte que giró lentamente hasta que la puerta se entornó. Una mano se asomó, buscando el interruptor de luz. Lo encontró. Mis ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse al cambio brusco, y mientras la visión se me aclaraba, escuché la voz de uno de los cuidadores:

- No hace falta que te escondas, sabemos que estás acá y lo que estás buscando. Las llaves las tengo en mi mano en este momento.

Salí lentamente de abajo del escritorio, y vi a uno de los ciudadores con una mueca de entre enojo y desilución en la cara, y al lado, llorando en silencio, como conteniéndose, Sergio, que levantó la mirada con verguenza y me dijo:

- Perdón... no quería que corras peligro allá afuera.

Bajé la mirada, triste, y me dejé llevar por el cuidador. Me sentaron en una habitación, pidiéndome explicaciones de porqué quería escapar. Yo no contestaba. En mi cabeza, se trenzaban imágenes de los intentos fallidos de huir, primero con inocencia, luego a drede, repasaba una y otra vez todo lo vivido, a Sergio, la traición. No podía confiar más en nadie. Y mientras yo pensaba esto, llovian preguntas cada vez más incisivas, a las que yo no prestaba atención. Lo único que llegué a escuchar fue "La habitación ciega" y fue ahí que volví, nervioso, a mirar a los que me interrogaban.

-Este comportamiento no puede repetirse, ni debe pasarse por alto. Vamos a llevarlo a la habitación ciega.

Yo quería reaccionar, pero entre el miedo y la impotencia de no poder correr, sabía que no tenía opción. La traición de Sergio me había dejado débil, tanto física como mentalmente, y sentía que no tenía sentido hacer nada. Uno de los cuidadores me agarró firmemente de una mano y me sacó de la habitación.

Al salir, muchos de mis amigos estaban en el pasillo, porque se habían despertado por el alboroto. Dos cuidadores los mantenían a raya, y Sergio me miraba pasar, aún con lágrimas en los ojos, mientras me llevaban a la habitación ciega.

La habitación ciega era el más temido de los castigos. Sólo vi una vez entrar a alguien allí, y nunca se supo qué había hecho para merecerlo, pero al salir, nunca quiso hablar más con nadie. Se trata de pasar un tiempo indefinido en una habitación que apenas tiene la anchura para sentarse, totalmente a oscuras. Esa habitación queda exactamente en el medio de la casona, y tiene una puerta vieja de madera, de esas gruesas, donde el sonido no entra ni sale.

Y así, ante la vista de todos y sin oponerme, entré a la habitación ciega. La oscuridad total me mareó cuando cerraron la puerta, perdí la orientación en pocos segundos, y lo último que recuerdo de esa noche es el ruido del metal de las llaves oxidadas girando en la cerradura, provocando un leve eco, que al disolverse en el escaso aire de la habitación, dio paso a un silencio sepulcral.

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CONTINUARÁ DE NUEVO!