lunes, 27 de agosto de 2012

Seguridad Informática

Hace varios años, internet era un pasatiempo agradable para distenderse y relajarse, ya que nuestra única preocupación era nuestra cuenta de Yahoo o Hotmail. Enviábamos y recibíamos mails, veíamos sitios con muchos gifs animados de fondo que nos hacían estallar los sentidos, y amables melodías midi que nos invitaban a pasar un buen rato frente a la pantalla.

Con la llegada del Messenger, sobre todo, esto cambió. Se abrió un dilema casi existencial que derivó en el suicidio en masa de muchos internautas (o por lo menos así me gusta pensarlo): La existencia de dos contraseñas. Los más confiados, usaban la misma contraseña de hotmail, total, era casi lo mismo, pero los más paranoicos, utilizaban otra. Esto generaba ciertos problemas de no saber qué contraseña habían puesto en cada cuenta, pero se solucionaba enseguida, por descarte, ya que eran sólo dos, entonces, por proceso de eliminación, si no era una, era la otra.

Hoy, en la era informática que nos empapa de sitios interesantes que nos sirven para desperdiciar nuestro tiempo y se convierten en lo que Tinelli es en televisión, nos obligan a seguir ciertos estándares y caprichos para gestionar nuestras cuentas. Es entonces, cuando de repente, habiendo utilizado Internet por estos últimos diez años, gradualmente y de a poco, fuimos acumulando cuentas aparte de la de Hotmail y MSN, como ser Fotolog, Facebook, Yahoo, Gmail, Youtube, Twitter, LinkedIn, Wordpress, sitios de descargas de películas, Taringa, foros de diversos temas, etcétera, etcétera, etcétera.

Nos rodea entonces, la incertidumbre de qué contraseñas poner en cada cuenta. Si la misma para todo y ser totalmente vulnerables a que cualquier amigo que conozca nuestros gustos adivine que pusimos "milanesaconpapasfritas" de contraseña a todas las cuentas, y de repente veamos que en nuestro perfil de facebook hay fotos de travestis, en el Linked In figura que laburamos como testers de supositorios XL, y en Twitter seguimos a toda la farándula de Soñando por bailar y respondemos ansiosamente sus agudos comentarios. La otra opción, es utilizar una contraseña distinta para cada cuenta, lo que supone tener la memoria de Sheldon Cooper, o una agenda o anotador donde las podamos inmortalizar, con riesgo a que el mismo amigo que nos conoce de pe a pi (ja) la encuentre revolviendo nuestro cajón en busca de estupefacientes y todo derive en los travestis y supositorios del ejemplo anterior.

Para minimizar la cantidad de contraseñas, sería bueno utilizar sólo dos o tres que vayamos cambiando según algún criterio, para recordarla. Por ejemplo, una para emails, otra para redes sociales, otra para foros, etc.

El GRAN problema está cuando algún sitio caprichoso nos dice algo como "tu contraseña debe tener por lo menos una letra mayúscula". Es entonces cuando modificamos levemente la contraseña que veníamos usando SOLO en ese sitio, haciendo que cuando querramos volver no demos con la contraseña y nos provoque una gran ira, teniendo que, totalmente derrotado, utilizar el servicio de recuperación de contraseñas que muchas veces falla al enviarnos el mail, y terminamos creando cuentas con otros mails, o con otros nombres de usuario que jamás recordaremos.

Entonces, no queda más que recurrir a la libreta donde anotamos todas las contraseñas de cada página, y de vuelta, corremos el riesgo a que nos asocien con travestis y diversos temas que lindan con lo morboso y desagradable. Como vemos, no podemos salvarnos, y estamos destinados a vivir en la desdicha de tener de foto de perfil una mujer que hace un mes era un tipo.

Esto de tener diez mil cuentas me rompe soberanamente las pelotas, y no sólo con las contraseñas... ¡A veces no me acuerdo qué nombre puse, o con qué mail me registré!

Váyanse a la mierda, quédense ahí una quincena, y vuelvan con alfajores.

Bueno, mejor con alfajores no.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Esquinas Peligrosas


En medio de la noche, un grito rompe el silencio para soltar una agonía que muchas veces se repite, sobre todo en verano, cuando nuestros pies descalzos logran encontrarse en medio de una casi absoluta oscuridad, con la fría madera de una puerta mal cerrada, que atrae al meñique del pie hacia su cuerpo para impactarlo y
llenar de dolor la cara de su dueño.

Mi odio hacia los cajones mal cerrados, cuyo fundamento no es más que un leve TOC, también tiene su gran parte en estos dolores, fáciles de evitar.

Las esquinas de las puertas o los muebles, tienden a imantar nuestras partes más sensibles para tratar de destruirlas. Es un dolor que dura unos cinco segundos (y queda desvaneciéndose por otros tantos más), pero a veces es tan insoportable que a uno se le pianta una lágrima.

Los muebles más antigüos, que son casi siempre los más duros, nos engañan haciéndonos creer que podemos pasar por ahí con espacio de sobra, pero cuando lo intentamos, ¡PAF!, nos perfora la cadera la maldita esquina, haciéndonos pegar un saltito bastante maricón (y ni hablar si a alguno le sale un grito de esos agudos e inesperados).

Otro problema, es en ámbitos laborales, cuando de repente entramos a una oficina donde tenés una reunión importante, y al tratar de echarle un filito al mueble de al lado de la puerta, nos golpeamos de forma asquerosa y soltamos un leve pero audible "LA CONCHA DE TU MADRE", haciendo que la reunión comience a cientosetenta y dos kilómetros bajo el nivel del mar, haciendo imposible remar la situación.

La solución no es tan complicada... podríamos crear muebles con las puntas más redondeadas o cubiertas con amistosa goma eva de colores o aprender a cerrar bien puertas y cajones (que además me molesta que estén entreabiertas!).

También podríamos dejar de ser tan pelotudos y fijarnos por dónde caminamos.

Pero creo que es más fácil cambiar los muebles.

miércoles, 15 de agosto de 2012

La Noche Más Noche


Fue la noche más oscura de todas. Las lámparas, reventaban dando oscuridad y llenando el piso de vidrios pequeños. Todos los fuegos se apagaron. Todas las cajas de fósforos se humedecieron. Todos los encendedores, perdieron su ruedita o se quedaron sin bencina. Todos los aparatos que tenían algún tipo de iluminación, quedaron a ciegas.

La gente anonadada, salía de sus casas con las manos hacia adelante, esperando no tropezarce con nada.

Todos acumulados en la calle, se quedaron quietos un momento, tratando de reconocer algo en medio de la confusión. En un momento, todos empezaron a ver borroso, luego un poco mejor, y finalmente, pese a la inexistencia de las luces, pudieron ver bastante bien.

Habían salido las estrellas.

martes, 7 de agosto de 2012

Ping Pong Bancario

Admiro con horror a aquellas personas que planean los laberínticos mecanismos de defensa de las grandes empresas para desviar y marear a los clientes que, con ingenuidad, pretenden que aparte de pagar, que les brinden un buen servicio. Se ve que son dos cosas que no van de la mano.

Particularmente hoy, me vi en la entrañas de ese sistema de idas y vueltas que jamás tiene fin, y que rebotan entre llamados y pruebas a todo aquel que se aventure a tratar de solucionar un problema.

La misión era fácil: Hacer un depósito bancario.

Como los señores del banco donde tengo mi cuenta (del que no voy a dar el nombre, pero puedo decir que es un banco que viene de Francia) [JA] crearon un cómodo sistema para hacer transferencias por internet, intenté hacerlo por la web, que supuestamente tardaría microsegundos. Al llegar al último paso, me pedía que tenga registrado desde el cajero automático, mi número de celular, como una nueva medida de seguridad, que manda una clave al instante para completar la transacción. Como nunca lo había hecho, fui al banco (estoy a una cuadra).

Desde el cajero, seguí los pasos, y no me tomaba el celular. Probé con 011, con 15, con 11, con el prefijo de australia y con el que me pasó tu vieja anoche. Nada. Me decía que era incorrecto.

Pensando que el del error era yo, volví a la pc a buscar información, y aparentemente estaba todo bien, así que volví al banco. Probé nuevamente en el cajero, y me decía lo mismo, así que me acerqué al (no se si era) el gerente del banco, y me dijo que me acercara a la mesa de ayuda que ahí me iban a atender *Ping*.

El de la mesa de ayuda,  me dio una tarjeta y me dijo que llame a un número que resaltó con un fibrón amarillo *Pong*.

Llamé al número y después de unos diez minutos (casi contados) de espera, me atendió una chica muy cordial, que me dijo que iba a ver el problema. La llamada se cortó *Ping*, asi que volví a llamar y me atendió otra chica (luego de otros diez minutos) a quien tuve que explicarle TODO de nuevo. Me comentó que desde ahí ella no podía hacer nada, y que mande un mail a una casilla que me pasó, pero me dijo que quizás me respondían en 24/48 hs y si el depósito era urgente me acerque a la ventanilla. *Pong*  Me dijo también que ponga el número con 011 y sin 15 (cosa que ya había probado), pero acepté *Ping*, envié el correo y fui al banco de nuevo, por si me había equivocado, y luego de varios intentos fallidos, volví y llamé por tercera vez.

Me atendió una tercer chica cordial (luego de otros diez minutos) a la que tuve que conmover nuevamente con mi historia. La respuesta fue que no era problema de ellos, que llame a los del cajero a un número que me dio. *Pong*

Llamé a ese segundo número y luego de un rato me atendió otra persona a la que tuve que decirle todo de nuevo, y me dijo que eso era problema del banco y no de ellos. *Ping*

Como me quedaba poco tiempo (porque, como si fuera poco, trabajan hasta las 2 o 3 de la tarde nomás) fui al banco y me mandé a hacer la fila para hacer el depósito manualmente. Después de como media hora de espera, hice el trámite, y cuando salí me acerqué al (que creo que es el) gerente y le dije que quería elevar una queja, y me dijo que me acerque a la mesa de entrada (la misma donde me mandó la primera vez)  y pida una planilla para quejas*Pong*.

Fui hasta la mesa y hablé de nuevo con el mismo tipo, a quien tuve que explicarle todo de nuevo porque no se acordaba, y le pedí una planilla para hacer una queja y me respondió "Para hacer una queja tenés que mandar un mail a -y me dio la misma tarjeta que la primera vez, marcando con el mismo fibrón amarillo el mismo mail que me había pasado la mina del teléfono-, a lo que respondí cordialmente "Hace dos horas que me tienen dando vueltas, quiero hacer un reclamo por escrito", el señor me repite "tenés que enviar un mail a..." *Ping* y me extiende la tarjeta, a lo que amistosamente y frente a la gente a la que me había colado, le respondo "Metétela en el culo", y me fui, temiendo caer nuevamente en ese laberinto de llamados y esperas que me consumió todo el horario del almuerzo.

El ping pongo había comenzado de nuevo.

Los odio a todos.

(Estoy pensando mandar un correo al mail que me dijeron con un link a esta entrada. Eso sería genial!)