sábado, 21 de febrero de 2015

Entre Girasoles

Me metí casi de prepo, escapando de los tábanos que pellizcaban mis ojos, en un campo oscuro, una plantación, aprovechando el manto blancoazulado que me proporcionaba la noche.

Logré enterrar los pies, los tobillos y con un poco más de dificultad casi llego a cubrir las pantorrillas. Esperé con los párpados cerrados el amanecer.

Al desvanecerse la noche y con las primeras luces, a mi alrededor se alzaban lentamente y con aires de grandeza los dueños del campo, los esclavos del sol.

Primero, los más chiquitos se erguían como podían, débiles, pero cuando los grandes empezaban a colocar su postura, ellos intentaban imitarlos, aunque con la torpeza de quien aprende.

Los girasoles son muy testarudos, y no soportan una discusión, por eso están diseñados para no hacer caso a otra cosa que a su luz proveedora, evitando todo tipo de contrapensamientos, de confrontaciones y no toleran bajo ningún concepto una opinión distinta. Tanto es así, que nacen como programados, y a todos les gusta el color amarillo, todos son políticamente de centroizquierdistas, simpatizan con muchas ideas marx y adoran el Jazz Fusión, especialmente aquel que incluye ritmos latinos.

Por ende, un girasol no puede escuchar una canción de King Crimson sin protestar, o concebir ideas demasiado liberales o demasiado conservadoras.

Entonces, me sentía seguro. Los girasoles son tan pero tan egocéntricos, que no soportarían la idea de tener un infiltrado entre ellos sin que lo notasen, por ende, cuando miraban hacia sus costados, y les tocaba toparse conmigo, aunque yo estaba bien camuflado, ellos creían que no era sino uno de ellos.

Se sabe que los girasoles en realidad son plantas carnívoras, y no se alimentan de la luz del sol como muchos piensan, sino que aprovechan las noches para crecer por debajo, por sus raíces, e ir atrapando cuanto ser vivo se les aproxime en las profundidades: lombrices, escarabajos e incluso topos y otros roedores pequeños y medianos que se ocultan bajo el suelo, ¡hasta serpientes y arañas! 

También son plantas muy violentas cuando se sienten en peligro, y no dudarían en abalanzarse sobre mí y reducirme a unos pocos jugos de nutrientes que ellos usarían para alimentarse si llegaran a notar mi presencia.

Y así, empecé a seguirles el ritmo para no ser descubierto. De día, lentamente miraba fijo al sol e iba corriéndome de a poquito hasta que oscurecía, y durante la noche me enderezaba, siempre sin desenterrarme, y descansaba los ojos, que cada vez dolían y se irritaban con más violencia.

Luego de varios días de esta devastadora rutina, me di cuenta que había llegado al punto de no retorno. Mis pies estaban ya demasiado enterrados, casi enraizados al suelo como para salir, mi cuerpo, demasiado cansado de tantas rotaciones -nunca tuve mucha flexibilidad- y mis ojos ardiendo todo el tiempo, día y noche sin descanso. Estaba literalmente atrapado en un campo de girasoles.

Se me acababan las ideas, se me agotaba la energía y creo que hasta tuve algunas alucinaciones durante la noche. No fueron sueños, estoy seguro, porque había pasado días enteros sin dormir siquiera un minuto.

Y así pasaba el día, retorciéndome, y la noche, agitado, sin dormir, ardiéndome el cuerpo, los ojos, la piel.

De a poco, al contrario de lo que yo hubiera imaginado, los días fueron alargándose, o eso me pareció. Primero un poco, algunas horas supongo, luego el sol tardaba cada vez más en ocultarse, y los girasoles rotaban un poco más cada día, hasta ese día.

Ese día, el sol no se ocultó. Y los girasoles obviamente, así de testarudos como son, se negaron a aceptar el cansancio y siguieron girando, por lo que en consecuencia me ví obligado a hacer lo mismo. Y ahí estaban, los girasoles hablando de lo mal que cantaba Madonna, opinando sobre arquitectura, filosofía y teorizando sobre conspiraciones alienígenas que podrían amenazar la vida en la tierra dentro de quinientos años, según profecías que yo desconocía.

El sol siguió girando, sin darme la oportunidad que antes tenía de recuperar mis fuerzas, y de a poco la tierra de mis pies se fue moviendo, hasta llegar a su tope, entonces quienes se movieron a voluntad propia fueron mis huesos, lentamente y astillándose provocando un gran dolor. Ya el ardor de mis ojos fue calmado con lágrimas, que desafortunadamente eran producto de un dolor aún más agudo y destructivo.

Y así todo siguió rotando, tan lentamente que hacía doler aún más, y los ojos, y las manos, y la piel, y los girasoles dele murmurar nombres, Marx, Chaplin, Kandinsky, criticando, halagando, opinando, y mis pequeños gemidos que empezaron a entorpecer mi respiración, y el sudor que caía al suelo, que regaba mi tierra, y a través del cual comencé a alimentarme, pero ya era tarde, porque los huesos se bifurcaban, los dedos se rompían, los ojos lloraban y el labio comenzaba a sangrar de tanto que lo mordía para no romper en llanto.

Cuando no podía más y estaba a punto de rendirme, todos los girasoles dejaron de darle importancia a la luz del sol y lentamente rotaron hacia mi. En cuestión de minutos, era el protagonista de todo un campo de girasoles, que me veían sufrir, que apuntaban directamente hacia mi como los veía desde hace días hacer con el sol.

Todos se callaron. Yo dejé de girar. Por primera vez en varios días me había quedado quieto.

Un ruido seco sonó en el campo silencioso y rebotó en eco en algunas piedras cercanas. Eran mis tobillos, quebrándose. 

Un segundo sonido se escuchó y rebotó en el horizonte. Era mi cuerpo dando un golpe contundente contra el suelo.

Y de golpe, la noche. No se cuando oscureció, desconozco si fue al instante o pasaron horas o días, pero yo seguía en el suelo, sintiendo un dolor apaciguado por la anestesia que el mismo cuerpo fabrica para no morir de dolor.

Y de golpe, cosquillas. Cosquillas en medio de la noche. Cosquillas en los pies. ¿Están acaso mis pies recobrando sensibilidad? 

Cosquillas, cada vez más fuertes, en la planta, en los dedos del pie, de LOS pies. Cosquillas en los tobillos, cosquillas en las piernas. Obviamente no podía reir, pero la sensación de SENTIR algo, era enorme. Era feliz.

Era feliz, claro, hasta que la luna alumbró y mis ojos vieron, y me di cuenta que las cosquillas eran provocadas por las raíces de los girasoles, que ahora envolvían lentamente parte de mi cuerpo, y el sol se negaba a salir.

Los girasoles controlan el día y la noche. 

Nunca pude camuflarme entre ellos.

Lo habían planeado todo desde el principio.