domingo, 17 de noviembre de 2013

Nudo de las Tormentas

A esta altura, debe estar usted sumergido en gruñidos húmedos, en efímeros vientos, rozado por inofensivas cataratas y luchando con monstruos invisibles. ¡Felicidades! Usted se ha convertido en parte de la tempestad. Ella lo ha tomado y asimilado como un malvón absorbe el agua que se filtra por la tierra donde crece.

Para manejarse con cierta comodidad durante el desarrollo a veces impredecible de los acontecimientos (recordemos que el 95% de las tormentas son totalmente ciclotímicas), recomendamos observar bien alrededor y no cometer estupideces. Una de ellas sería temerle a los mortales rayos cargados de electricidad y luminiscencia que en cualquier momento podrían caer sobre usted y reducirlo a un polvo similar al que deja un sahumerio consumido. El cataclismo podría, aleatoriamente, decidir arrojarle uno en cualquier momento y usted no podría detenerlo ni hacer nada al respecto. No debe preocuparse por lo inevitable, pues es inevitable.

Procure sí, esquivar pozos inesperados, depositando su atención en el camino manteniendo la postura erguida y firme. No sirve de nada la gelatina.

Podría también tararear o silbar las melodías que le resulten más exquisitas, preocupándose claro por no desafinar para no involucrar un problema más entre usted y la tormenta.

Recuerde que mientras más fuerte sea el sonido de los rugidos, más inmerso se encontrará, y a mayor inmersión más velocidad tendrá su escape. Sí, así de simple.

Cuente también los segundos de calma entre un trueno y un rayo, ya que esta relación dará pistas útiles para establecer su proximidade, dirección e intensidad con respecto a la tempestad.

Mantenga su movimiento, no se detenga.

Todo lo que creyó o le han enseñado acerca del uso del paraguas, olvídelo, no sirve. Imagine delegando la tarea de protección ante un acontecimiento de esta magnitud a un simple tejido alambrado. Suena ilógico. Bueno... ¡Lo es!

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