lunes, 29 de septiembre de 2014

Gravedad

Todo subía mientras yo bajaba, era una pesa en un océano aéreo, cayendo hasta casi prenderme fuego, atraído por algo, hacia algo.

Salían chispas de mis zapatos recién lustrados, los ojos rotaban 360 grados una y otra vez. Las manos apretadas con fuerza clavaban las uñas en las palmas, las muelas se apretaban entre sí. La piel se erizaba y los pelos vibraban a toda velocidad.

Sólo sentía la presión en todo el cuerpo, y el calor, como envuelto en brasas, mientras millones de
alfileres microscópicos entraban por mis poros.

La velocidad era increíble. Podía incluso ver las partículas de luz en cámara lenta, sentir cada vibración de cualquier sonido. Respirar era difícil, el aire era más denso, más frío. Creo que gracias a la respiración lograba no prenderme fuego.

Y así, caía yo sin control de mí, destinado a lo que fuere, sin otra opción que aceptarlo.

Aunque parecía imposible, la velocidad comenzó a aumentar primero leve, y luego rápidamente. Dupliqué, tripliqué la velocidad. El escenario era blanco, la mezcla de todas las luces del mundo una y otra vez.

Sentía una presión terrible en los ojos, trataba de no tragarme la lengua y en concentrarme en el dolor en mis piernas para olvidar la jaqueca. Por suerte no tenía náuseas.

Al mirar hacia abajo, una luz aún más brillante que el propio blanco que me rodeaba hizo que entrecerrara los ojos al mismo tiempo que entendía que era otro cuerpo moviéndose frenéticamente hacia mí.

Traté de desviar mi rumbo, pero la colisión era inminente. Y lo fue.

Ahora ambos somos millones de partículas flotando lentamente en un espacio negro, volando separadas, pero muy cerquita.

Mezclándose.

2 comentarios:

José A. García dijo...

Como millones de seres humanos que no se conocen, pero se rozan todos los días en el colectivo...

Saludos

J.

Unknown dijo...

José: Todos sudados y pegajosos... qué asco!