lunes, 8 de diciembre de 2014

La desatención

En la incalculable lucha diaria por sobrevivir (porque las luchas se calculan, obviamente), nos encontramos en la desesperación de que hoy en día todo nos quiere, todo nos necesita y todo requiere que nuestros ojos se posen en todo todo el tiempo.

Esto genera en nuestro pequeño cerebrito, cargado de impulsos eléctricos, un colpaso general que no nos produce un paro cardiorespiratorio, pero aunque nos permite seguir respirando, genera una inestabilidad emocional equivalente a inmolarse por Alá en alguna Unidad Básica, gritando y jurando lealtad a Narnia.

Es entonces que nos vemos obligados de actualizar nuestro Facebook, a contestar todos los emails, responder los mensajes de texto en el celular (todos y cada uno de ellos, en todos los programas que tengamos instalados hasta donde nos de la capacidad del aparatito), ver las publicidades en la tele para comentarlas en el laburo y los capítulos nuevos de las series que nos gustan para que nuestros compañeros de clase no nos adelanten la trama mientras charlan a los gritos entre ellos. Y claro que no te invitan, ¡si no te bancan porque nunca ves los capítulos a tiempo!

En todo este maremoto de información, recordemos que también tenemos que comer, dormir, trabajar, hacer compras, darle de comer al perro (que quizás ya empezó a comerse las paredes), estudiar, ESTUDIAR (la segunda vez va en serio), salir con algún amigo cada tanto, ESTUDIAR y dormir otra vez.

Y es así que en medio de la vorágine de ringtones variados, locutores ofreciéndonos la solución de nuestras vidas, Kant, Platón, las planillas de Excel que nuestro jefe quiere para ayer, y los profesores que creen que en un fin de semana se puede armar una tesis (porque claro, nosotros JAMÁS nos olvidamos de lo que tenemos que hacer y NUNCA dejamos todo para último momento), nuestra vida transcurre como con un ruido de fondo todo el tiempo, y hacemos un Excel sobre Kant, metemos a Platón en una tesis sobre Química Orgánica, estudiamos el manual de la licuadora nueva que compró la abuela y respondemos con insultos un mensaje de nuestro jefe, creyéndo que era nuestro mejor amigo.

Y es que tanta atención exigida nos genera esa desatención, esas obligaciones inventadas nos desvían de los placeres de tirarse al sol un martes al mediodía y volver hecho un tomate con piel sensible, tomarse un licuado de banana a las seis de la mañana de un domingo sin sentir culpa, o responder un mensaje tres días después sin que nadie te trate de desertor.

Todo eso, haciendo malabares entre la vida social, laboral, estudiantil, ociosa y procurando no confundir el vinagre para la ensalada con nitroglicerina y salir volando por los aires con la cara llena de lechuga.

Y mientras, nos acordamos que las fechas de finales se vienen acercando y ojo con pegar un portazo si desaprobás, que el perro ya terminó de comerse las paredes y está mordisqueando las vigas. Se te viene la casa abajo.

2 comentarios:

Noa dijo...

Sobretodo es por la culpa que parece que tenemos cuando no hacemos todo lo mencionado. La Sociedad de hoy nos carga de ella, nos culpamos entre todos nosotros, todos los que estamos abajo.

Ni tenemos ya demasiadas responsabilidades, no, todavía tenemos que ser crueles entre nosotros y no sentir compasión si decides respirar en el monte para desconectar.

José A. García dijo...

Y es que Platón tiene mucho que ver con la química orgánica, ¿no es que todas las cosas tiene nombre en latín y Platón hablaba en griego antiguo?
Algo así era.

Hay que sobrevivir el fin de año
Suerte

J.